Después de amanecer sobre el banco de un parque infantil, regreso a la habitación del hotel. Esta me saluda con la ausencia de mis cuestionables amigos. Las sábanas de la cama principal, donde hasta la fecha estuvimos durmiendo acurrucadas Elsa y yo, están estiradas. Intuyo qué sucedió durante mi huida, aunque telefoneo a Nyan ante la duda. Los tonos consecutivos arrasan con mi tranquilidad, así que me dejo caer sobre los pies de la cama.
— ¿Qué?
Pese al desprecio que enmarca su voz, no puedo evitar sonreír.
— ¿Dónde estás? —le pregunto.
—Estamos en urgencias —remarca el plural—. Traje a Elsa en cuanto tú te fuiste a yo qué sé dónde. Aunque se despertó al cabo de unas horas, estaba acojonado por ese tatuaje que le hicieron en el estómago. Tan solo de imaginar lo que pudo sufrir durante ese par de minutos... se me hiela la sangre.
—Lo sé.
— ¿De verdad, Chanel? —replica, sarcástico—. ¿De verdad sabes cómo me siento? O como mínimo, ¿te haces idea de cómo se encuentra tu amiga mientras está tumbada en esta puta camilla de hospital con la piel rajada?
—Yo...
—...espera un segundo —me interrumpe—, estoy viendo a la doctora salir de la habitación de Elsa.
El colchón se hunde bajo mi peso. Desnuda, vulnerable, la cama absorbe mi cuerpo para expulsarme después sobre las frías aguas de la culpabilidad. Floto en un océano confuso donde navegan los veleros del miedo. Tal vez pida asilo en uno de ellos.
—Me acaban de confirmar que Elsa ha dado positivo en el test de detención rápida —anuncia Nyan, recordándome que el teléfono permanece aún pegado a mi oreja—. Menos mal que vinimos a urgencias después de todo.
— ¿Sabes con qué la drogaron?
—No, pero según cómo la encontramos en el contenedor debieron utilizar algún opiáceo para adormecerla. Por eso los médicos quieren hacerle otro examen más completo.
—Joder...
—También deben hacerle una exploración física ante la posibilidad de haber sufrido una agresión sexual porque encontraron manchas de sangre en su ropa. Pero hasta el momento solo han visto el corte en su abdomen.
—Los hombres de Flavio no le han hecho nada más, estoy segura. Solo querían ponerme sobre aviso y...
—...me importa una mierda de lo que estés segura, ¿te enteras? —su antipatía me arrebata las ganas de discutir—. Los médicos le han aconsejado que presente una denuncia pero, como no tenemos ni puta idea de contra quién nos enfrentamos, vas a arrastrar tu culo hasta aquí y les explicarás a los doctores qué cojones has hecho para meter a tu mejor amiga en semejante marrón.
—Nyan...
— ¿Me he explicado bien? —Insiste. Balbuceo una maldición que él interpreta como una afirmación. —Perfecto, ve llamando un taxi, que ya estás tardando en venir.
El fin de la llamada es una incitación a asearme. Dejo el teléfono encima de la cama y acudo al servicio donde sustituyo el vestido amarillo que tanto repudio por unos vaqueros holgados y un top blanco. Paso por alto mis rizos enredados y me dirijo hacia el ascensor tras calzarme las deportivas.
El ambientador de vainilla, utilizado para bañar las paredes aterciopeladas del elevador, se escapa en cuanto se abren las puertas. Cada rincón del hotel derrocha elegancia, a diferencia de mí. Incluso el espejo se burla de mi desastrosa apariencia. Pese al atractivo de mis labios carnosos, es el tono pálido de mi cara el que se roba el protagonismo. Tampoco mis grandes ojos grises destacan, de hecho, son las manchas oscuras debajo de mis párpados quienes lo hacen. Como si dos puños se hubieran desfogado con mi felina mirada.
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LEAVING TONIGHT
Teen FictionLos secretos de Chanel quedan al descubierto la noche que encuentran a su mejor amiga Elsa dentro de un contenedor de basura. En menos de una semana, Chanel ha de saldar una deuda de 500 mil euros si desea seguir con vida. Ante la desesperación, Cha...