1. La hora del té ✔️​

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Respiré suave y tranquilamente la brisa que traía el día.

En general me gustaban los días soleados pero también tenía un especial gusto por las nubes y también la lluvia, la cual me relajaba a la hora de dormir. Creo que mis hermanos no estarían muy de acuerdo pero no me importa mucho, de hecho creo que no me importa casi nada de lo que me dicen, lo que me lleva a decir que soy una chica algo testaruda pero buena.

Mi padre es un hombre muy reconocido por aquí en Inglaterra y me gusta salir con él a la ciudad. Me siento muy famosa cada vez que lo hacemos, en cambio a él ya le aburre mucho su fama. ¿Mencioné que vengo de una familia elegante? Bah, no me creerían si lo dijera en voz alta, pero de verdad lo soy. A diario paso toda la mañana caminando o leyendo en el prado cerca de mi hogar, me ayuda a concentrarme y aclarar mis pensamientos.

Creo que se me ha olvidado mencionar que vivo en una gran casa con mi padre, mi hermano y mis dos hermanas y junto a los trabajadores de ella, que son muy amables.

—¡Amelia!—escuché que Archivald, el mayordomo, me llamaba así que tuve que ir en dirección a casa.

Antes de hacerlo miré por última vez a Axel, Arrow y Juliet, nuestros caballos, que en ese momento estaban preocupados de comer pasto y otras hierbas del prado.

—¿Dónde has estado, Amelia?—quiso saber con un notorio interés.

—Yo... He estado en el pasto junto a los caballos—confesé esperando un reproche.

—Oh, Amelia. ¿Cuántas veces te hemos dicho junto a Andrómeda que no salgas con tus vestidos más costosos afuera?—Andrómeda era nuestra ama de llaves y sí, me lo habían dicho tantas veces que ya no podía ni recordarlas, pero como ya dije, soy muy testaruda.

Archivald me lanzó una mirada que me recorrió desde la cabeza a los pies y yo hice lo mismo. Dios, mi vestido estaba casi completamente verde.

—Lo siento, pero tu sabes muy bien que no puedo dejar de ensuciarlos. Es como mi rutina...

—Eres igual a como era tu madre...—murmuró mientras yo agaché mi cabeza como señar de respeto hacia ella—, solo quería decirte que tu padre tiene invitados para la hora del té.

—¿Hoy?—cuestioné incrédula.

—Sí, por favor cambia tu vestido a otro más decente para sus invitados, ya sabes que sus juntas son muy importantes para los negocios de tu padre...

—Está bien, gracias—agradecí con una pequeña sonrisa y entré por la puerta.

Pasé por la cocina, el pasillo y subí las escaleras para dirigirme a mi cuarto. Como siempre, miré con curiosidad la gran puerta que había al final del pasillo; jamás me habían dicho qué se ocultaba allí y siempre estaba bloqueada por un gran candado dorado. Era extraño, pero yo ya estaba acostumbrada a no obtener respuestas de mis dudas.

Suspiré algo enojada y me encerré en mi cuarto, como hacía la mayor parte del tiempo. Miré las paredes teñidas de rosa; pensé en que podría pedir a alguien que las pintara pero no me harían caso.

Me saqué los zapatos de botón alto que ocupaba desde mi último cumpleaños, el número catorce, y comencé a caminar en la alfombra que cubría una gran parte del suelo de caoba para luego abrir el viejo clóset también de caoba para rebuscar entre mis pertenencias algo digno de invitados de negocios.

Tenía muchos vestidos, unos escarlatas, otros medio turquesas y otros simplemente blancos o negros pero al fondo de todo pude divisar mi objetivo: un vestido de un tono rosado pastel que combinaba perfectamente bien con unos tacones del mismo color una cinta. Me cambié el vestido, me puse los tacones y me dirige hacia mi baño, conectado con mi habitación.

AmeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora