𝐏 𝐑 𝐎 𝐌 𝐄 𝐒 𝐀

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●❯────────────────❮●❝NO ME IMPORTA QUIEN SEAS, MI HERMANA SIEMPRE SERÁ MI PRIORIDAD❞

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❝NO ME IMPORTA QUIEN SEAS, MI HERMANA SIEMPRE SERÁ MI PRIORIDAD❞

T O M

𝓓espierto. Aún en la cama, intento estirarme, y en el proceso, maldigo a mi insomnio por haberme regalado solo cuatro horas de sueño. Al girarme hacia la izquierda, apago la alarma de mi teléfono; al ver la hora, el corazón se me tranquiliza: son las siete en punto.

Me incorporo, parpadeando varias veces para que mi vista se adapte a la luz del día que se cuela por la ventana. Después de un par de minutos de indecisión, cuestionándome si realmente vale la pena enfrentar el primer día de escuela, me doy cuenta de que solo hay una opción: ir. La rutina me empuja hacia adelante, aunque la pesadez y la presión me aprieten el pecho.

Salgo de la cama y me adentro en el baño. Despojo mi pijama con un gesto casi automático y me sumerjo en la ducha. El agua helada golpea mi piel, y mis músculos se tensan al principio, pero luego, al acostumbrarme, se transforma en un alivio sorprendente. Esa sensación de frío penetrante, como un despertar violento, se convierte en un torrente de adrenalina que me recuerda que estoy vivo, que aún hay sensaciones por las que seguir adelante.

Al salir y secarme, busco en mi armario mi uniforme, que la noche anterior habían dejado meticulosamente dispuesto y planchado, como un reflejo de las expectativas que pesan sobre mí: la búsqueda de la perfección. Me calzo los zapatos escolares, sintiendo el roce familiar del cuero contra mis pies, y tomo mi mochila, que, a pesar de su peso, parece estar rebosante de cargas y responsabilidades que ni siquiera he solicitado.

Vuelvo a revisar mi teléfono: son las siete con veinte. Sonrío para mis adentros, aún hay tiempo para desayunar. Al salir de mi habitación, escucho a Dali tararear en su recámara, su voz suave llenando el aire.

A diferencia de mí, a ella le encanta escuchar música por las mañanas y prepararse con calma. Sin embargo, esa tranquilidad siempre acaba costándole tiempo; a menudo se ve obligada a desayunar lo primero que encuentra en la nevera o, en el peor de los casos, a saltarse la comida del día.

Bajo a la cocina, donde el desayuno ya está servido. Agradezco en silencio que mis padres no estén en la mesa; al menos este día puede comenzar con un atisbo de tranquilidad gracias a su ausencia. Mientras espero pacientemente a que mi hermana baje, disfruto del aroma de un delicioso café acompañado de pan francés, un pequeño placer que me brinda un respiro en medio de  tanto caos.

—Diablos. —Alzo la vista y ahí está ella, dándole un sorbo a su té. —Buen día.

Le devuelvo el saludo, reprimiendo una pequeña risa al ver cómo intenta comer y ponerse su suéter al mismo tiempo, una escena típica de Dalia.

𝐋𝐎𝐒 𝐌𝐄𝐋𝐋𝐈𝐙𝐎𝐒 𝐇𝐈𝐃𝐃𝐋𝐄𝐒𝐓𝐎𝐍 / 𝐓𝐎𝐌 𝐇𝐈𝐃𝐃𝐋𝐄𝐒𝐓𝐎𝐍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora