¿Que sucedió?.
Ellos descubrieron Nuestro Secreto.
Ellos no podían separarnos.
Somos hermanos y Siempre debemos permanecer juntos.
Un Amor abominable es Justo lo que albergaba en Nuestros corazones.
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●❯────────────────❮● ❝¿QUE HICISTE TOM?❞ D A L I A
𝓓esperté aún envuelta en los brazos de Tom. Me parece increíble que las noches más placenteras sean las que paso a su lado. Con cuidado de no despertarlo, me aparté y salí de su habitación, dirigiéndome a la mía.
Me quité el vestido con torpeza al entrar al baño, lanzándolo a una esquina antes de abrir las llaves de la ducha. El vapor comenzó a inundar la habitación, mientras el agua caliente caía sobre mi espalda, aliviando un poco la tensión acumulada.
Respiré hondo, llenando mis pulmones con el aire húmedo. Me sentía agotada, sin saber si era mental o físicamente; probablemente de ambas. Al salir, sequé mi cuerpo rápidamente, tomé mi maquillaje y comencé a aplicarlo en mi rostro. A pesar de que quería un look "natural", la cantidad de corrector que usé para disimular las ojeras decía lo contrario.
Al salir, busqué mi uniforme y me lo puse, tomando mi mochila mientras me preparaba para bajar a desayunar. Al caminar por el pasillo que conducía a la cocina, un fuerte ruido proveniente del estudio de papá interrumpió el silencio, haciéndome detener en seco.
El miedo de que mi padre hubiera llegado drogado volvió a invadirme. Caminé con lentitud, abriendo una de las grandes puertas de madera, rogando que, si era él, estuviera lo suficientemente dopado para no notar mi presencia. Sin embargo, al cruzar el umbral, descubrí que había alguien más en el estudio.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté a Tom, que se estaba guardando algo en el bolsillo.
—No encontraba mi anillo —dijo, señalando la joya familiar con una "H" grabada en el centro, la misma que adornaba mi dedo anular.
—¿Y por qué estaría en el estudio de papá? —pregunté, sintiendo una punzada de desconfianza. Su gesto de búsqueda rápida me hizo dudar aún más.
—No lo sé, Dali. Creo que me contagiaste tu increíble habilidad para perder cosas —respondió, acercándose y abrazándome, dejando un suave beso en mi frente—. Buenos días, ¿desayunamos?
Sin más remedio que tragarme esa mentira, asentí, aunque una parte de mí seguía desconfiando. Ambos nos dirigimos al comedor.
Al parecer, este día estaría lleno de sorpresas, pues mis padres estaban sentados, compartiendo la primera comida del día.
—Buen día, niños —saludó mi madre, con un tono que carecía de entusiasmo.
—¡Buen día! —dijimos al unísono, sorprendidos y temerosos de verlos allí reunidos.
—Siéntate, Tom —pidió mi padre, arrastrando una silla hacia él—. Tú también, Dalia. Hablaremos.
Pasamos saliva, el miedo apretándonos el pecho. ¿Nos reprenderían por algo que hicimos? ¿Nos mudaríamos? ¿Decidirían que era el momento de mandarnos a un internado y separarnos? Cada posibilidad era peor que la anterior, y no podía imaginarme lejos de mi mellizo.