¿Que sucedió?.
Ellos descubrieron Nuestro Secreto.
Ellos no podían separarnos.
Somos hermanos y Siempre debemos permanecer juntos.
Un Amor abominable es Justo lo que albergaba en Nuestros corazones.
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●❯────────────────❮● ❝ESPEREMOS QUE ESTA SEA LA ÚNICA Y ÚLTIMA DESGRACIA❞ TOM
𝓜iré a Dalia a través del gran ventanal que daba al jardín. La semana entera había estado llena de estrés y preocupaciones para ella, pues Vlad no había muerto en aquel choque; el ruso se debatía entre la vida y la muerte en el hospital.
Tomé la mochila y las llaves del Jeep, y luego caminé hacia donde ella estaba recostada. Su expresión reflejaba la tensión acumulada, y sabía que necesitaba estar a su lado en ese momento.
—Vamos, se nos hace tarde para la escuela —anuncié. Ella respiró hondo y se puso de pie, tomando su mochila que tenía a un lado.
En el auto, el silencio era abrumador. Había hablado muy poco con ella desde el incidente y me preocupaba cómo me veía ahora.
—Tom, no te culpo de nada —dijo, y tuve que aferrarme al volante, como si hubiera leído mi pensamiento.
—Deberías —respondí, recargando mi cabeza en la mano que tenía libre.
—No, y no lo haré. Me salvaste una vez más —se alzó de su asiento y me dio un rápido beso en la mejilla—. Sé que lo hiciste por mí.
Claro, haría cualquier cosa por ella. Haría lo que me pidiera; era mi melliza, mi otra mitad, y nada cambiaría eso.
Al llegar al colegio, una gran tormenta se desató. Corrimos a refugiarnos del agua en los fríos pasillos del edificio, cuando a lo lejos vimos a dos personas corriendo hacia nosotros.
—Hey —dijo Alice al vernos—. ¿Están bien?
—Un poco mojados, Al —respondió mi hermana, limpiándose un par de gotas del suéter.
—¿Todavía no saben? —preguntó Luka, con una expresión confundida en su rostro. La inquietud en su tono me hizo sentir un escalofrío.
—¿Saber qué? —cuestioné, mirando a Dalia, en quien se reflejaba la preocupación.
—Citaron a una asamblea en quince minutos. Los padres de Vlad salieron de la dirección cuando veníamos; su madre estaba llorando —explicó Alice.
Miré a mi melliza en silencio. Ella bajó la mirada, intentando calmarse.
—Esperemos que no sean malas noticias. Vamos —apuró, y los cuatro caminamos hacia el teatro, donde todos los alumnos de último año se encontraban.
Dalia tomó mi mano justo cuando nos sentamos. Era su forma de recordarme que estaba a mi lado, y apretarla era mi manera de asegurarle que siempre estaría allí.