¿Que sucedió?.
Ellos descubrieron Nuestro Secreto.
Ellos no podían separarnos.
Somos hermanos y Siempre debemos permanecer juntos.
Un Amor abominable es Justo lo que albergaba en Nuestros corazones.
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●❯────────────────❮● ❝PUEDEN VENIR CONMIGO❞ DALIA
¿𝓗ay vida después de la muerte? Si es así, espero que Nana esté haciendo repostería en este momento, disfrutando de una taza de té en un jardín tan hermoso como el que siempre mantuvo en su hogar. Si existe Dios, deseo que le esté otorgando el mejor de los beneficios, porque se llevó al único ser que nos hacía bien a ambos.
Miro las cajas dispersas por la sala, pertenencias que pudieron rescatarse de la casa de la abuela. Sentada en el sofá, mi madre está completamente ebria, probándose las joyas que quedaron de Nana.
Me paseo a su alrededor, mirando el contenido de cada caja. Mi vista se detiene en una que contiene libros y álbumes familiares, y una rápida sonrisa se me escapa.
—¿Puedo llevarme esta a mi cuarto? —pregunto, pero ella me lanza una mirada desinteresada y regresa su atención a las joyas.
—Da igual, todo es basura excepto esto —responde, sonriendo mientras se pone un collar de diamantes.
Suspiro, decepcionada pero acostumbrada al comportamiento frívolo de mi madre. Tomo la caja y subo a mi habitación, encerrándome.
Empiezo a sacar el contenido y me concentro en los álbumes. Creo que soy la única que guardaba fotos de cuando Tom y yo éramos pequeños.
En casa, lo único que nos representaba era el horrible retrato familiar colgado sobre la chimenea; no irradiaba la calidez y amor que se supone que una familia debe tener. De él emanaba una frialdad que podía calar los huesos.
Un par de lágrimas se me escapan al ver una fotografía: éramos Tom y yo en el lago, probablemente de unos 7 u 8 años, la edad en la que comenzábamos a escapar de casa para correr hacia los brazos de Nana.
—Dal —gira Tom en el marco de la puerta, y me limpio las lágrimas de inmediato—. Es hora de irnos.
Trago saliva y, con lentitud, me pongo de pie.
—No puedo ir —respondo.
—Tenemos que hacerlo. Debemos despedirla.
—No quiero. ¿Cómo voy a dejar ir a la única persona que realmente se preocupó por nosotros? —mi mellizo comienza a sollozar.
—No lo sé, pero no lo harás sola. Dalia, siempre me tendrás a mí —me acerco a él, aferrándome a sus brazos—. ¿Juntos tú y yo?
—Siempre.
El cielo se ha vestido de gris. Las nubes parecen colgar tan bajas que casi rozan las copas de los cipreses que rodean el cementerio familiar. El aire huele a tierra húmeda, a flores recién cortadas y a esa tristeza densa que acompaña los entierros.