●❯────────────────❮●
●❯────────────────❮●
❝SI ESTO ESTÁ MAL, ¿POR QUE NOS HACE SENTIR TAN BIEN?❞
TOM𝓛a mente me daba vueltas, era increíble como este deseó abrazador podía más con cualquier caso de sentimiento o culpa, tocar su cuerpo, sentirla vibrar a medida que mis manos descendían peligrosamente a sus muslos, una intención violenta de querer sujetarla con fuerza, hacerle sentir por medio de mi agarre, mis besos, el anehelo de tomarla, de cometer pecados con ella, de volvernos uno solo.
Jadeo en cuanto mis labios tocaron su cuello, provocando en mi, que la lucidez mental abandonara mi cabeza, la sujete de las caderas para poder recostarla sobre la isla de mármol, su cabello castaño caía por la orilla de esta, haciéndola ver tan deseable, tan hermosa que me estaba haciendo perder la poca compostura que aún tenía. Por arriba del vestido tome uno de sus pechos, masajeándolos con cuidado mientras que mi boca se encargaba de explorar cada parte de su boca, cuello y clavículas.
-Joder-gimió haciendo que me aferrara con fuera a la esquina de la isla y bajara mis caderas comenzando un ligero roce entre ambos.
Quería sentirla más allá de las telas que en este momento nos aprisionaban, lentamente fui dejando besos por su abdomen, mientras subía el vestido y acariciaba sus muslos con mis manos. Antes de estar dispuesto a bajar a completar mi acción, Una luz azul me distrajo, obligándome a levantar la vista de inmediato.
—¿Qué diablos es eso? —Dalia se incorporó, visiblemente inquieta.
—Son sirenas, de la policía. —Caminamos hacia la entrada, donde un par de oficiales se acercaban rápidamente.
Tocaron la puerta, lo que nos hizo dar un salto hacia atrás. Nuestros corazones latían al unísono, sumergidos en un mar de miedo.
—Hey —me llamó Dalia, mientras se arreglaba el cabello con nerviosismo—. Juntos. —Deslizó su brazo a través del mío, y comenzamos a caminar al unísono.
Mi mano temblaba mientras me acercaba a la chapa del portón. Tras la puerta, dos oficiales nos esperaban con miradas serias.
—¿Familia Hiddleston? —cuestionó uno de ellos, su voz grave. Ambos asentimos.
—¿Sus padres están en casa? —continuó.
—Solo nosotros, acabamos de llegar de una fiesta —me apresuré a responder, sintiendo la tensión en el aire.
—¿Hay algún adulto con ustedes? —preguntó el otro, su tono se volvió aún más grave.
—Sólo somos mi hermano y yo, nadie más —respondió Dalia, temblando ligeramente.
—Necesitamos un adulto. ¿Pueden proporcionarnos un número de contacto de sus padres? —dijo uno de los oficiales, cruzando los brazos con seriedad.
—¿Qué ha sucedido? —pregunté, sintiendo cómo la inquietud me invadía—. Nos están asustando.
Los dos hombres intercambiaron miradas, suspiraron y se quedaron en silencio, como si debatieran quién se atrevería a pronunciar la primera palabra.
—Un accidente, en casa de su abuela.
Sé que siguen hablando, sus bocas se mueven, pero solo siento cómo el agarre de Dalia se hace más fuerte. Mi respiración se vuelve pesada e inestable, y el único sonido que me ancla es el llanto desesperado de mi hermana.
Las lágrimas de Dalia aumentan, y me toma de la mano, arrastrándome fuera de la casa. La siento rebuscar en mis bolsillos, buscando las llaves para arrancar el auto.
—¡Reacciona, Tom! —me grita, y finalmente vuelvo en mí.
—Vámonos. —Nos subimos de inmediato y arranca sin importarme que dos policías vengan detrás de nosotros.
El camino hacia casa de Nana lo conozco de memoria. Tantos sábados tomando el té, tantos veranos nadando en el lago. Esta era la carretera que conducía a nuestro refugio cuando en casa todo era insoportable.
Ahora, nuestro lugar seguro, el único hogar donde sentimos amor, ardía en llamas infernales. Las llamas parecían consumir no solo la casa, sino también nuestras almas; eran el reflejo del pecado que Dalia y yo habíamos cometido.
Si Dios existía, parecía estar presente solo para castigarnos, no para salvarnos.
—¡Nana! —grita Dalia, intentando cruzar el perímetro policial.
Un bombero la sostiene, evitando que se adentre en la casa. La abrazo por la cintura, y aunque ella lucha con una fuerza inimaginable, consigo mantenerla a mi lado. No permitiré que el fuego consuma nuestra única parte de infancia feliz.
—¡Dígame que la sacaron! —gime, y aunque no tengo fuerzas para hablar, estoy rogando lo mismo que ella—. ¿¡Dónde está mi Nana!?
—Lo siento, señorita, pero el fuego se inició por una explosión a causa de una fuga de gas. Estamos tratando de apagarlo y poder entrar por el cuerpo.
La última palabra resonó en mi cabeza como un golpe: "cuerpo". Nana no era un cuerpo; era nuestro pajarito cantor, la tejedora de los suéteres más cálidos del mundo, la mejor chef del universo. Nana era calidad y amor, era nuestra madre.
Ambos nos abrazamos y caímos al césped, llorando y pidiendo que ella saliera por esa puerta para consolarnos, como tantas veces lo había hecho.
El tiempo se alargó de manera inquietante. Todo parecía ir más lento, tanto que no noté cuándo llegaron mis padres, ni cuándo finalmente apagaron el fuego y pudieron entrar por Nana.
Vi a mi padre sujetar a mi madre, impidiéndole el paso para que no divisara la camilla cubierta con una sábana blanca. Intenté hacer lo mismo con Dalia, pero ella me arañó y golpeó como si estuviera loca. Supe que, en el fondo, entendería por qué lo hice.
Bajo esa manta estaba el castigo que creíamos merecer, la única persona que realmente se preocupó por nosotros.
Y te maldigo, Dios, por llevarte a la única persona que le importaba, ¡y te digo que te Jodas! Porque, si esto está mal, ¿por qué nos hace sentir tan bien?.
ESTÁS LEYENDO
𝐋𝐎𝐒 𝐌𝐄𝐋𝐋𝐈𝐙𝐎𝐒 𝐇𝐈𝐃𝐃𝐋𝐄𝐒𝐓𝐎𝐍 / 𝐓𝐎𝐌 𝐇𝐈𝐃𝐃𝐋𝐄𝐒𝐓𝐎𝐍
Fanfic¿Que sucedió?. Ellos descubrieron Nuestro Secreto. Ellos no podían separarnos. Somos hermanos y Siempre debemos permanecer juntos. Un Amor abominable es Justo lo que albergaba en Nuestros corazones.