La pequeña luz que marcó a la estrella

269 35 36
                                    



Gabriel de Cervantes era un hombre muy peculiar.

Los cazadores se encontraron con una manada de báquiros y obviamente no desaprovecharon la oportunidad para cazar algunos. Regalándome una parte de su carne como ofrenda, me fui entonces hacia el río donde se había vuelto un punto de encuentro entre Gabriel y yo para las comidas. Él en realidad quería pasarlo con el resto de los indios para seguir aprendiendo de ellos, pero se sentía incómodo por las armas y miradas amenazantes que le dedicaban cada que se acercaba, y yo, en cambio, no quería pasarla con el resto de los españoles. Entonces, ya que ninguno se sentía cómodo en el lado del otro, decidimos comer separados de los demás.

— ¿No vas a comer? —señalé la hoja de Gabriel con carne sobre ella, dándole un mordisco a la carne ahumada en mis manos.

Gabriel negó con la cabeza ante mi pregunta, demasiado concentrado escribiendo en su pergamino cosas que para mí eran símbolos extraños. Para ese tiempo podía hablar pero aun no podía escribir, así que cualquier cosa que él anotaba era como un código secreto para mí.

— ¿Por qué no? —pregunté, acercándome a su lado para observar el dibujo de unas frutas que a veces veía por ahí en algunos árboles.

—No me gusta comer carne si puedo evitarlo, sé dónde conseguir algunas verduras y frutos, así que estoy bien por los momentos. Sin embargo, os lo agradezco. —respondió sin despegar la vista del papel, completamente absorto en agregar detalles en su dibujo.

Yo hice una mueca, confundido. ¿Cómo es que alguien no querría comer báquiro cuando era una de las cosas más sabrosas que existía? Sí tenías suerte de cazarlo, lo comías, eso era lo que yo entendía ¿pero negarse por elección? ni siquiera por no haber conseguido ninguno.

"Joder, este tipo tenía algo mal en la cabeza" era lo que me replanteaba a veces desde que lo conocí.

—Oye, Venezuela. —Gabriel enrolló su pergamino y concentró su atención en mí. Yo solté un '¿Hm?' con la boca llena para que continuara—. ¿Por qué coméis carne? Me dijisteis que comer solo frutas estuvo bien para vos cuando erais más crío ¿Por qué comer algo que no necesitáis como nosotros?

Lentamente, dejé de masticar, mirando los dos muslos a medio comer que tenía en mis manos, recordando todos los animales que me ayudaron en mi muy borrosa infancia. Y luego de pensar en un buen rato en alguna buena respuesta y de haber tragado, simplemente me rendí, encogiéndome de hombros al no tener una buena razón moralista que decir respecto a eso. Así que me decidí por la verdad.

—Porque es delicioso.

Gabriel frunció el ceño, obviamente inconforme con mis palabras—. Pero ¿no sentís culpa? Quiero decir, me habéis enseñado como los animales parecen tenerte respeto. —hizo una muy breve pausa para acordarse de otro dato, señalándome con el dedo para continuar—. Y no te atacáis, no importa si son peligrosos o no, siguen acercándose con total confianza y vos a veces te aprovecháis para matarlos y comerlos ¿no te sentís mal?

Yo lo miré ahora con rostro aburrido.

—No. Déjame comer. —respondí con voz ronca, dándole otro gran mordisco al muslo del chancho para continuar con mi cena calmadamente.

A veces ese sujeto me hacía replantear tantas cosas que algunas veces rayaba lo absurdo. ¿Qué tenía de malo comer algo que te hacía sentir bien por dentro? No lo entendía. Pero por suerte había días en que las preguntas eran menos éticas y más fáciles de responder.

— ¿Podéis predecir el clima?

—Cuando hay nubes oscuras significa lluvia ¿te referís a eso?

La estrella quiere tener la atención del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora