Momentos de nueva luz

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Incluso un pequeño cambio en tu vida, en tu rutina, puede causar un gran cambio en consecuencia sin que te lo esperes o te percates al instante.

Después de haber asesinado a aquellos hombres, me sentí diferente, España. No sabría explicarlo, pero de alguna manera cambié al haber hecho eso, interna y externamente, y si no hubiese vuelto a la aldea para poder enfrentar la realidad que se me fue empujada, quizás entonces hubieran pasado siglos para poder enterarme. Como todo.

A penas regresé a las tierras de la tribu del Cacique Manaure, fui apuntado por lanzas y flechas. La sorpresa y la confusión estaban expresadas en mi rostro, no había sido recibido así desde hace mucho, mucho tiempo y ese cambio repentino cuando no hace poco los había visto me pareció anormal.

— ¿Qué pasa? —pregunté, pero tan pronto como terminé de hablar mi mano fue inmediatamente a mi garganta antes de que me diera cuenta. Aquella no era mi voz habitual, era una voz un poco más gruesa a comparación de la que estaba acostumbrado a oír de mí.

Los cambios pueden venir de maneras extrañas.

— '¿Qué pasa?' ¿Quién eres tú? —devolvió la pregunta de manera hostil un joven cuya punta de la lanza estaba empezando a rozar mi cuello. La amenaza a muerte sin vacilación era notable.

—No aceptaremos forasteros en nuestro pueblo Caquetíos. —avisó otro.

— ¡Se parece mucho al Diao pero no puede ser él! —expuso alguien que se oía más alejado.

Yo tan solo bufé, me di cuenta que algo pasaba y claramente tenía que ver conmigo. De pronto mi mente estaba comprendiendo mucho más rápido las situaciones de lo que hace unos días podía hacerlo, como si una nube que antes permanecía en el cielo se hubiera esparcido para dar así paso a los delgados rayos del sol. Tomé la lanza que se apuntaba contra mí con confianza y sin pizca de duda, apartándola hacía abajo.

—Ustedes saben que no pueden herirme. —dije, hablándoles a todos los que estaban allí, cruzando miradas con cada uno de ellos de manera seria—. No sé qué les sucede hoy, pero soy el Ekiipü'ü o Diao o como quieran llamarme, y necesito hablar con el baharuco apopo.

— ¿D-Diao? ¿Es usted?

—El Diao es eternamente un niño ¿cierto?

— ¡Cierto! Pero se parece tanto...

Todos parecían confundidos y atemorizados. Ninguno quería ser engañado, pero ni el propio cacique se mencionaría así mismo como el Diao porque era una gran insolencia llamarse de esa manera si no era yo quien lo hiciera. También consideraban una falta grave la acción amenazante a mi persona, pero antes de que pudiese decir algo en mi defensa, el hombre mayor del grupo se acercó hacía mí con reconocimiento.

— ¿Tata? —preguntó confundido el chico de la lanza viendo a su padre.

—Llevémoslo a donde está el Apopo, aunque su apariencia no es la de un niño ahora y el Diao nunca ha crecido, es el verdadero Diao. —dijo con firmeza hacía el resto del grupo manteniendo una seguridad digna del líder de los cazadores. Y con esas palabras dichas, los demás bajaron sus armas mientras se inclinaban con la cabeza apoyada en el suelo, creyendo y dejándose llevar por los rasgos que aún conservaba.

— ¡Lo lamentamos mucho, Diao! —exclamaron al unísono con total arrepentimiento.

Negué con la cabeza. ¿"Aunque su apariencia no es la de un niño ahora"? ¿Cuál sería mi apariencia? Mi curiosidad infantil seguía allí, pero priorizaba más la charla con el anciano a cargo que la forma en que lucía ahora.

La estrella quiere tener la atención del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora