Mente brillante

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Al salir de la choza del apopo, al lugar donde primero me dirigí fue al cementerio en donde enterraban a los fallecidos indígenas, juntando mis manos y rezando oraciones a Dios para que sus almas fuesen aceptados en el cielo del que me hablaste. Al terminar, me adentré al bosque para buscar el río y pensar sobre todo sentado en soledad sobre una roca. Tenía tantas cosas por digerir aún.

"Los cati han asesinado a todo aquel que se les imponga. Por suerte, como somos una tribu pacífica, fueron muy pocos los fallecidos y sin embargo, esa razón de matanza solo es aceptable por el cacique." dijo el baharuco con la tasa de jugo entre sus manos. Su voz baja para evitar que oídos entrometidos oyeran sobre lo que hablábamos "Creemos que con una alianza evitará que esto nuevamente se repita y que así tomen tranquilamente las piedras brillantes que tanto les gusta, por eso mandamos al cacique Manaure a donde su líder de tribu. Pero sigue sin volver, debería ya haberlo hecho."

«Manaure jamás volverá... Está muerto.» pensé ante lo dicho, sin querer sacarlo a la luz por miedo a las impulsivas reacciones que causaría. Los caquetíos eran tranquilos, sí, pero cuando se trataba del cacique lo defendían como bestias con dientes y garras.

"Si... Está tardando" mentí en un asentimiento de concordancia "Y... Sobre las mujeres ¿cómo están?" incité a pesar de mis sospechas sobre qué pudo haberles pasado.

Necesitaba una confirmación en voz alta.

"Las mujeres jóvenes y hermosas fueron regresadas ayer con una posible vida en sus vientres." el anciano frunció el ceño al decir aquello, sintiéndose impotente al no poder haber hecho nada al respecto para ayudarlas. Con una mirada feroz, me vio fijamente a los ojos "Supongo que usted podrá relacionar eso con algo, joven Diao."

Apretando los labios, bajé la cabeza para mirar mis manos que se apretaban con fuerza como mi corazón.

"Sí." susurré con dolor.

Las acciones de tus hombres eran comparables como la de los indios de otras tribus enemigas cuando encontraban a una mujer de una tribu que no fuera la suya acercarse a sus territorios. Algo que desaprobaba cuando lo sabía por mucho que amargara a los caciques.

La violación. A los indios no les gustaba mencionar tales cosas frente a mí debido a la furia que eso encadenaba, pero esa vez, solo me causó tristeza.

Tristeza, porque fue gracias a mí y mi deseo de que confiaran en tu gente lo que pudo haberlo provocado. Tristeza, porque si yo les decía algo, ellos inmediatamente lo creerían. Entonces ¿qué habrán pensado de mí cuando sufrieron tales abusos? Yo sentía tristeza, porque creí haberlas y haberlos traicionado.

Me culpaba por mucho.

"Las jóvenes que regresaron ahora están en casa descansando luego de haberlas curado. Se lo merecen por lo que han pasado."

"Claro."

Ante el tono amargo de mi voz, se dispuso a aclarar "No es que señale y diga que todos los cati sean malos, Diao. Es solo que los malos ya hacen demasiado daño por su cuenta sin que lo sean todos que es abrumador." suspiró el hombre, cansado "Me he enterado que hay otras tribus que han aniquilado a muchos cati y ellos también lo han hecho en defensa, la tribu que está por el oeste se han devorado algunos. Al menos los cati se comportan mejor que ellos." Confesó. El anciano recibió mi rostro sorprendido sin rastro de enojo por desconocer tal hecho, negando suavemente con la cabeza en un profundo aire de entendimiento, como si fuese algo que debía suceder "Supongo que aunque viajaba mucho y tenga muchos más años que todos los presentes, usted seguía siendo un niño. No se sienta mal por evitar naturalmente las cosas de los adultos más oscuros, querido Diao."

La estrella quiere tener la atención del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora