El dolor de la gravedad

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No sabía cuánto tiempo había transcurrido después de que te fuiste, pero de algo estaba seguro, y era que después de que lo hiciste comenzaron los cambios.

Siempre me montaba a la cima del gran peñasco con el anhelo de volver a verte parado en la popa de tu barco vistoso con tu sonrisa radiante y ojos aventureros, saludándome en la lejanía con esa picardía que te caracterizaba, estando yo sentado en completa espera a que bajaras presuroso a uno de tus botes para yo hacer lo mismo en ese alto lugar.

Y sin embargo, esta vez no era el caso.

No llegabas. A pesar de que se lo pidiera fuertemente al Dios del que me hablaste y el cual según tú también era mi padre, no lo hacías. Lo único que llegaba eran más de tus humanos sin ti viniendo con ellos. Me sentía completamente olvidado.

Con una habilidad increíble y sin temor a dañarme físicamente por un descuido, bajé de ese alto lugar para reunirme con mi gente. Me encantaba visitar la tribu cercana a aquella zona, pues, me daban obsequios, comida y su actitud alegre era tan contagiosa que siempre me hacían sentir una calidez en el pecho que muy pocas veces sentía con otras tribus debido a su violento actuar.

Ellos me llamaban "Ekiipü'ü", que significaba guía o cabeza. Los indios sabían que yo era especial sin que yo se los dijese, por eso los humanos siempre me han aparecido criaturas extraordinarias, un poco torpes, pero impresionantes, bueno... Nosotros los países somos un reflejo de ellos en nuestro actuar para demostrarlo.

— ¡Oh!

Un niño de unos 10 años que conocí cuando apenas estaba en el vientre de su madre me notó llegar al lugar. Su nombre era... Uh, realmente no lo recuerdo.

Con ligeros trotes, el niño se llegó hacía mí parándose un segundo para hacer una rápida reverencia.

— ¡Ekiipü'ü! No lo he visto desde el mes pasado. —me sonrió—. ¿Cómo ha estado?

Yo, que era unos centímetros más bajo que él porque mi edad física y un poco mental era todavía a la de un niño de 8 años, le devolví la sonrisa—. ¡Bien! —exclamé, viendo a ambos lados para ver alrededor. Noté que había menos personas en la zona, muy extraño, cuando siempre se podía ver a mujeres cerca cargando bebés o cocinando por ahí al igual que hombres construyendo hogares para otras familias o muebles—. ¿Dónde están todos?

El niño bajó la cabeza, su faz cambió de alegre a confundida y triste en un momento—. Yo... No lo sé, se lo llevaron los hombres pálidos que usted dice que son buenos. Pero-Pero Ekiipü'ü. —el niño alzó la cabeza para verme fijamente a los ojos, yo me puse nervioso ante tanta intensidad—. ¿Está seguro que son buenos? Hace meses se han llevado a la mitad de las mujeres sin motivo, incluyendo a mi hermana mayor.

Yo parpadeé seguidamente por la sorpresa. Eso sí que no tenía idea. Sabía del barco con personas religiosas dispuestas a enseñarnos un poco sobre su culto, personas que mi gente acabó en su ignorancia y temor, pero de eso no estaba enterado. ¿Por qué se llevarían a las mujeres?

Me quedé pensativo unos momentos, y no pasó mucho hasta que le sonreí al niño con alegría para revolverle su cabello negro cual carbón de forma juguetona.

— ¡Descuida! —dije, seguro de mis palabras—. Han de estarles enseñando algo importante y secreto que no quieren que sepamos nosotros los chicos.

— ¿Usted cree?

—Por supuesto, tú confía en mí, España me dijo que su gente no eran malas personas.

Con su felicidad y entusiasmo renovado, el niño asintió con ánimos—. ¡Sí!

Otra vez ignoré lo obvio, ignoré nuevamente la realidad que pasaba frente a mí por estar enceguecido por tu confianza.

La estrella quiere tener la atención del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora