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Jeongguk se acercó a ella.

Se acercó a ella, despacio, con el frío rodeándole y los pequeños sollozos desconsolados escuchándose en aquel desolado patio.

Hyieri se encontraba encogida, rodillas al pecho y la cabeza colocada entre ellas. Sus pequeños, finos y pálidos brazos rodeando sus gélidas piernas y su torso dando pequeños botes producto de las lágrimas. A veces se ahogaba. No podía controlar los pequeños espasmos y cada vez, a los ojos del chico, se hacía más pequeña. Ella se sentía inferior también.

Jeongguk avanzó lentamente, sin saber aún que hacer. Nunca se le había dado bien tratar con la gente, mucho menos consolarla. Sentía la garganta seca y ya no tenía frío. Estaba nervioso. Sabía que lo primero que dijese sería una estupidez pero no podía simplemente dar media vuelta y marcharse, no era capaz, así que avanzó hacia ella, sin hacer ruido, o intentándolo por lo menos.

Fracasó. Como siempre lo hacía. La silla de ruedas en la que se transportaba hacía demasiado ruido, y los oídos de la chica, entre sus propios jadeos, lágrimas y desesperación, escucharon las ruedas chocando contra el asfalto. Levantó la cabeza, sus grandes ojos relucientes y rojos, con las lágrimas saliendo de ellos aún, sin hacer amago de limpiar estas. La ansiedad palpable en ellos, transmitiendo toda la tristeza que sentía a los oscuros ojos del chico que tenía enfrente.

Seguía en la misma posición, sin dejar de llorar y mirándole fijamente. Vista borrosa y mente nublada. Se ahogaba tanto en su propio pozo que le dio igual quien estuviera delante, hasta que se percató de la silla y prestó más atención. Sonrío entonces, mientras las lágrimas seguían bajando y esta vez si hizo amago de limpiarlas, bajando las piernas y rompiendo el abrazo que parecía ser su propio consuelo.

A Jeongguk se le formó un nudo en la garganta. Había visto tanta tristeza en aquellos ojos, había sentido tanto dolor en aquella chica, que le picaron las manos y le escocieron los ojos.

Quiso llorar también, sin tener curiosidad si quiera del por qué lo hacía ella.

Hyieri apartó la mirada, fijándose en la pared de su derecha, fría, sola y sin vida. Sin poder controlar las lágrimas aún, rompió la conexión y dejó de sonreír, bajando la comisura de sus labios lentamente. No quería preocuparle pero no podía fingir ante nadie aquel día. Menos aún cuando le habían pillado de lleno completamente, hundida en el mar oscuro que era su mente por el cual no dejaba de nadar a contracorriente.

Se abrazó así misma, de nuevo. Esta vez por el torso. Sentía frío, otra vez.

Callaron. Ninguno dijo nada. Jeongguk no sabía que decir, no encontraba palabras. ¿Decía hola? ¿Preguntaba si estaba bien cuando claramente no lo estaba? ¿Le preguntaba qué le pasaba, sin conocerse apenas y de una manera tan intrusiva? ¿Se iba y buscaba algún amigo suyo? ¿A algún médico?

Miles de preguntas atravesaron su mente, ninguna con respuesta clara y fija. Se odiaba. Sentía desesperación. Quería ayudarla con todas sus ganas pero no podía, no se veía capaz. Aquella situación le quedaba grande. Su presencia allí no sabía si le incomodaba o le ayudaba.

Su hermano si que sabría que hacer.

Por otro lado, Hyieri volvió a sentir un pinchazo en el pecho. Dolor. No entendía porque hoy estaba así, porque se encontraba tan mal. Quería gritar, golpear algo, sentir cualquier cosa que no fuese aquel dolor emocional incontrolable. Le gustaba controlar las cosas y controlarse a ella era algo que no podía hacer.

Odiaba ser su propia enemiga.

Le picó, de nuevo, la garganta, y el dolor incrementó. Las lágrimas que había retenido volvieron, y el silencio que había reinado entre ellos unos segundos volvió a romperse cuando sus sollozos de dolor fueron escuchados de nuevo.

Reminiscence | jjkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora