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Hyieri miró el plato que tenía delante suya. Era de color gris, y no destacaba mucho por encima de la bandeja, color blanco, que se encontraba bajo él. Removió el contenido con pesadez y suspiró. No quería comerse eso. No quería comer nada. Las verduras parecían estar mofándose de ella, su contenido verde, mezclado con el naranja de las zanahorias, parecían estar teniendo una batalla por quien se reía más de ella y con más ganas. La chica se sentía extasiada. Muy cansada. Pero tenía que comerlo, tenía que hacer el esfuerzo si quería continuar bien. Tenía que hacerlo por su hermano, no quería preocuparle más (más aún cuando esta semana tampoco iba a poder venir a verla), pero no podía. No tenía fuerzas ni para coger el tenedor con ganas y dirigirlo hacia su boca. Pero tenía que hacerlo. Así que lo hizo. Lo agarró con fuerzas, y casi sin poder con él, lo llevó a su boca, aguantando el vómito que surgía de sus entrañas.

Sintió la textura de las judías en su boca, amargas. Las zanahorias no se quedaba atrás. Le gustaban más las patatas ¿Por qué no había patatas? Ellas seguro que no se burlarían.

Tragó.
Tragó con fuerzas.

Se lo comió. Y siguió haciéndolo, porque tenía que hacerlo. Así que lo hizo.

Cuando se acabó el plató, lo retiró, de frente suya, y lo dejó en la bandeja. Alejado de ella. Quería vomitar, pero aguantó y se relajó. Se tumbó en la cama, y con el móvil en mano, decidió escribir un poco (le gustaba escribir poesía de vez en cuando, aquello le distraía y le hacía sentirse en calma).

No sabía qué hacer. Era miércoles, no había nada que hacer los miércoles. Park Jimin no estaba los miércoles, eran como su día libre (si es que así se le podía llamar). Y no había nada más emocionante por aquellos rincones que le hiciese vibrar la piel. Además, Jeongguk, había desaparecido en esos 2 días que habían pasado desde que estuvieron conversando. Se había escondido de ellos (o aquello pensaba Hyieri), y no le había podido ver. Y aunque podía haber buscado su habitación, la hubiese encontrado sin problemas preguntando por aquí y por allá, no quería presionarlo. Quería que él se acercara a ella cuando estuviese preparado. Así que no haría nada, esperaría.

Hyieri miró el techo. Aquel día se encontraba perdida. Se había levantado triste, tanto que sentía su cuerpo pesado. No entendía porque tenía esos bajones tan repentinos. Ayer se encontraba feliz, riendo, de un lado para otro, charlando. Ayer se encontraba en calma, como si perteneciera a algún lado. Pero hoy, hoy se encontraba perdida. En un mar lleno de dudas, que no tenía siquiera preguntas. No podía formular nada. Su cabeza se encontraba en blanco, pero a la vez en negro.

Era frustrante.
No quería sentirse así.  

Quería gritar.
Si, quería hacerlo.

Pero no lo hizo.

Decidió darse la vuelta y dormir. Así no había manera de pensar. Y si su cabeza se encontraba en off, los sentimientos negativos que se colaban por esta, no podían surgir y atacar.

Hyieri solo quería sentirse en calma.

O, solo, dejar de sentir.

( . . . )


Jeon Jeongguk siempre había sido un adolescente rebelde. Desde el primer pendiente que se hizo sin que su madre lo supiera, pasando por el último tatuaje que un amigo de su amigo le hizo, hasta pillar la moto que le había conducido hasta allí. Siempre la había dado igual todo. Sin preocupaciones, sin responsabilidades. Viviendo la vida como quería y sobrepasando los límites. Nunca se había arrepentido de nada de lo que había hecho. Hasta ahora, cuando aquellas blancas paredes, que le rodeaban, no dejaban de asfixiarlo. 

No estaba acostumbrado a estar encerrado, sin ver el sol. Era una persona nerviosa, necesitaba estar de aquí para allá. Viviendo. Por eso, ahora que se veía encerrado, como animal en jaula, se arrepentía. Se arrepentía tanto de haberse ido de casa aquel día, a altas horas de la noche, sin que nadie lo supiese, para irse con personas que ni apenas conocía, que dolía. Aquel arrepentimiento quemaba. No tenía que haber hecho aquello, no tenía que haber pillado aquella moto, no tenía que haber decidido hacer caso a nadie. Pensar con la cabeza, eso tenía que haber hecho. Si no hubiese decidido seguir aquella idea tan descabellada, ahora no dolería, ahora todo estaría en calma y sus piernas funcionarían.

Pero ya era demasiado tarde, ya no había vuelta atrás, y todo seguiría quemando.

Jeongguk se encontraba en su habitación, pálido. Mirando sus manos, entrelazadas. Aburrido. Divisó sus piernas, sin vida. Quiso moverlas, levantarlas. Que hiciesen algún ruido inexistente, insonoro. Pero no podía, y dudaba mucho poder hacerlo algún día. Y aquello le asustaba, más de lo que le podía asustar de niño un día de tormenta o una atracción grande y brillante de feria. Él quería ser libre y correr, y sentía que nunca más podría hacerlo. Y no encontraba entonces el sentido de su vida, por más que lo buscase no podía encontrarlo. No existía. Y volvía a estar aterrado.

Todo era un bucle. Sin punto final.

Levantó la vista de sus piernas y miró por la ventana. Hoy también era un día frío. El cielo gris blanquecino, anticipando un par de copos que caerían en un par de horas. Le parecía bonito, y se sintió identificado. El también se sentía frío.

Y solo.

No quería estar más allí. Necesitaba salir a algún lado.

Divisó la silla que su hermano le había dado, a un lado de su cama, y decidió usarla. Le costó, llevar sus piernas a un lado de la cama, sujetarse de los lados de la silla, y conseguir sentarse. Le costó, pero lo hizo. Y avanzó, por la habitación, intentado manejar aquello de mejor manera. Aún no lo había hecho en exceso, por lo que le costaba un poco. Pero consiguió controlarlo. Y salió, salió de allí lo más rápido que pudo. Y se movió por los pasillos, por las tristes paredes blancas. Y no tenía rumbo fijo. Pero las siguió, y llegó, tras acceder al ascensor, a la pequeña puerta gris por donde su hermano le había sacado al jardín el otro día. Y la cruzó.

Allí podría respirar.

Pasó, de largo, y continuó. Hoy no había gente, hacía más frío. Tampoco había ningún tipo de espectáculo. Y lo agradeció. Quería estar solo.

Siguió su camino, buscaba algún lugar más tapado, por si empezaba a nevar, y se sorprendió, pues no estaba solo. En uno de los bancos, de los últimos, y más apartados, había alguien, encogido y con la cabeza entre sus piernas. Decidió acercarse (era una persona curiosa).

Y cuando lo hizo, la sorpresa le invadió aún más.

Aquella chica, que algún día soñó con ser bailarina, y que tanta energía desprendía siempre, se encontraba llorando. 

Y él, no supo qué hacer.

Reminiscence | jjkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora