Capitulo I: La casa Sorenssen (I/II)

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Doceava lunación del año 292 de la Era de Lys

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Doceava lunación del año 292 de la Era de Lys. El palacio flotante, La ciudadela, Aaberg capital de Augsvert.

Me miré en el espejo de bronce bruñido de cuerpo completo y torcí el gesto. Mi madre se sentiría feliz al verme. Vestía un fluido vestido de seda de araña de un azul muy claro, casi blanco, parecía que estaba envuelta en agua. Las mangas dejaban al descubierto mis hombros, entallaban mis brazos y luego, poco a poco, desde el codo se ampliaban hasta que, al llegar a las muñecas, eran tan anchas que casi llegaban al suelo. Lo mismo pasaba con el resto del vestido: entallado y se iba ampliando a partir de las caderas. De nuevo me miré al espejo, decepcionada. Parecía una delgada y amorfa jarra llena de agua.

La doncella detrás de mí peinaba mi cabello blanco, sujetándolo con peinetas en forma de libélulas, adornadas con piedras de lapislázuli y brillantes incrustados. La otra doncella colocaba en mi dedo índice derecho el anillo, símbolo de la casa Sorenssen y por último una delicada cadena de plata con colgante en el cuello.

Empezaba a tener dolor de cabeza. Cuando la puerta se abrió y mi madre apareció por ella, el dolor aumentó. Como siempre, "la reina luna" estaba deslumbrante. Vestida de blanco, parecía estar iluminada por un suave resplandor desde adentro. Sonrió satisfecha al verme.

—¡Soriana, estás... Tan hermosa!

—Quería vestir de negro, madre —le dije alejando a la doncella que ya daba los últimos toques a mi pelo.

—¡Otra vez con lo mismo! —La sonrisa en el rostro de mi madre se agrió—. Los lares del concejo visten de negro, el ejército viste de negro. La princesa se viste con colores claros que representan la prosperidad que le traerás a Augsvert cuando gobiernes.

No quería discutir, de nuevo, no en el día en que se conmemoraba el décimo aniversario de la muerte de mi padre, el rey Sorien.

Quizás lo que más me molestaba de mi madre es que, mientras yo extrañaba terriblemente a mi padre y ese día todo me lo recordaba, ella se mostraba imperturbable. Serena, magnífica, inalcanzable.

Fría.

Estaba convencida firmemente de que ella no sentía, al menos no como una persona normal.

—Vamos, hija —dijo colocando la delgada y fina diadema de plata y lapislázuli sobre mi cabeza—. Debe haber muchas personas en el lass esperando por nosotras.

Tomé aire. Cada año era una tortura escuchar en la boca de otros los grandes logros del rey, nadie hablaba del hombre que fue. No importaba él como persona, sino sus obras y el legado que nos dejó, ni siquiera a mi madre, ella nunca me contaba acerca de él.

Mas parecía que me dirigía a un banquete funerario. Ambas subimos a la carroza real que nos llevaría desde la ciudadela hasta el lass, donde conmemoraríamos junto a nuestro pueblo un nuevo aniversario de la muerte de mi padre.

Augsvert II: El exilio de la princesa (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora