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Narra Luz

Abrí los ojos más temprano de lo normal y lo primero que hice fue mirar hacia uno de los lados de mi cama. Allí, escondió para que nadie lo viera, estaba el candil y, dentro de él, la bolita de luz de anoche. Amity tenía razón, todavía no se había apagado.

-Ha pasado.- Dije con una sonrisa incorporándome en la cama para cogerlo y sacar con cuidado la bola.- Ha pasado de verdad.- Me la pasé de una mano a la otra mientras esta levitaba.

King, que dormía a unos metros de mi cama, se levantó lentamente y se subió a esta. Acercó el hocico a la bolsa que levitaba en mi mano y la olió un poco. Cuando notó el calor que esta desprendía calor, apartó la cabeza. Sin embargo, se quedó mirándola un momento para después mirarme y gimotear.

-A mí también me cayó muy bien Amity.- Le dije sonriendo recordando a la chica con la que había estado tan a gusto esa noche.

De pronto, recordé que esa noche le había dicho a Amity que nos veríamos de nuevo. Seguro que mi madre estaba muy enfadada conmigo por haberme ido anoche sin avisarla. No podía levantar sospechas por lo que tendría que inventarme alguna excusa para cambiar los turnos a por las noches. Podría decir que por las mañanas y tardes tenía que enfocarme en mis tareas de princesa por orden de mi madre. Eso serviría, nadie cuestionaría las palabras de la reina, ni siquiera Gus.

Me levanté cuando vinieron a avisarme de que era hora de desayunar y que mi madre quería hablar conmigo. Sabía cual era la conversación que me esperaba con mi madre y que hoy acabaríamos peleándonos. Si había algo que odiaba es que fuera hacer las guardias a la frontera, y más si iba sola.

Mi madre decía que era mejor no tener nada que ver con las brujas. Que cuanto más lejos estuvieran que sería mejor. Las pocas veces que había tenido que tratar con los reyes del reino vecino, había salido diciendo lo horribles que eran. Por eso, no le gustaba nada que tuviera que ver con la magia. Y menos le gustaría saber que su hija se veía a escondidas con una bruja.

Salí de la habitación con el miedo en el cuerpo. Me daba tanto miedo enfrentarme a mi madre que se me había cerrado el estómago y casi no comí durante el desayuno. Mi madre no era dura ni mala conmigo por regla general, es más, nos llevábamos muy bien pero cuando se enfadaba daba miedo. Además, nuestras ideas y carácter chocaban en muchas ocasiones. Por ello, cuando me paré delante de la puerta del despacho de mi madre, suspiré con fuerza antes de girar el picaporte.

-Buenos días.- Murmuré desde la puerta haciendo que levantara la cabeza.

-Pasa Luz.- Dijo seria dejando a un lado lo que estaba haciendo. No me había saludado, eso no era buena señal.

-Me...me han dicho que querías hablar conmigo.- Le dije sentándome en la silla tragando saliva con fuerza.

-Ayer por la noche te fuiste a patrullar la frontera, sola.- Me dijo cruzándose de brazos.- Luz me da igual que decidas hacer guardias por la noches pero sabes que está prohibido patrullar la frontera sola. Siempre tienes que llevara a alguien contigo por si pasa algo.- Se pellizcó el puente de la nariz.- Tú misma aprobaste que en las patrullas de la frontera fueran mínimo de dos personas. Te podría haber pasado cualquier cosa.

-Pero no me ha pasado nada mamá.- Suspiré sabiendo que, en realidad, había roto muchas regalas esa noche.- En la frontera nunca pasa nada, siempre está tranquila.

Odiaba mentirle a la cara a mi madre. Ella era única familia que me quedaba y me dolía muchísimo tener que mentirle pero sabía que tenía que hacerlo. Esa noche tanto Amity como yo habíamos roto muchas reglas, violando incluso el tratado que se había firmado hacía tantos siglos. A ninguna de las dos nos interesaba que se descubriera. Si se sabía, estaríamos condenadas.

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