Capítulo 4 ☆ DISPUTA

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"Mucho más a mí me duele
De lo que a ti te está doliendo
Conmigo no te equivoques."

Con el revés de la mano
Yo te lo dejo bien claro"

Era de noche, no veía la luna brillar pero estaba seguro de que esa brisa fresca que me había pegado por más de media hora, me indicaba que ya había pasado más de las seis y el sol ya se había ido a dormir entre el manto de las montañas.

Mi mente seguía puesta en él, en sus besos cálidos que solo pude disfrutar un momento, porque no podía pensar en otra cosa que no fueran sus efímeros labios que desprendían vapor de amor sobre los míos, danzando al compás de sinfonías alguna vez escritas por diamantes en bruto, compartiendo así mis recuerdos con la magia de lo que es el amor. Era él quién estaba en mi mente porque me daba miedo pensar en ti, Taehyung.

Cuando me agarraste entre tus garras de asesino, pude ver tus venas salir de ellas por la rabia que cargabas y me dio miedo porque nunca pensé que podías reaccionar así ante mis actos, pero al parecer no te conocía en nada y mis heridas fueron abiertas por ti, preguntándome cuando el cielo dejaría que cicatrizara lo que alguna vez me hiciste. Tus ojos eran negros y profundos, al igual que tu agarre casi doblando mis muñecas mientras yo me retorcía de dolor y gritaba para que no le hicieran daño a él, a mi Jungkook.

¿Cómo estará? ¿Seguirá vivo? ¿Murió?

Preguntas así eran las que fácilmente rodeaban mis pensamientos los primeros días de encarcelamiento, era todo sobre sus cabellos de almendra y su sonrisa borrada entre los puños de satán y el agarre de su cancerbero inminente.

Tras dejarlo en su apartamento, no sabía donde estaba, ni quién había tapado mis ojos llorozos con una cinta tanque, tan pegajosa que tenía miedo de que cuando me la quitaran, las pestañas salieran de mis ojos junto con ellos. Me lanzaron en alguna parte de un carro, olía a cigarrillos por todos lados y preso de mi demencia esa noche pude escuchar poco de lo que estaban hablando.

No paraba de llorar, estaba desgarrado, destrozado y arañado por todas mis manos.

— ¡Hijo de puta!

Gritaba cuando pensaba en tu asquerosa existencia para que tal vez de mi molestia tuvieras el valor de parar el carro y dejarme ahí, pero nadie me escuchaba y demás estaba hablarle a la nada, cuando ni dios estaba ahí para acompañarme. Los motores se escuchaban rugir tan fuertes como los leones, dos motocicletas y un auto. Yo iba dentro del maletín, amarrado, golpeándome fuertemente con las paredes de hierro, hasta el punto de pensar que estaba sangrando por mi boca tal cascada. Mis labios estaban secos en el metal de mi sangre y necesitaba alguna razón por la cuál quisiera vivir.

¿Qué te hice yo? ¿Qué te hice yo?

Deja de atormentarme.

Sentí que el carro paró después de veinte minutos, pude escuchar como los pasos de alguien se acercaban a mi como cuchillo afilando a otro. Mi corazón empezó a latir tan rápido que se me olvidó como respirar, como encontrar la manera de volver a ver la esperanza en ese desierto. Cuando abrieron el maletín, ahí estaba yo, asustado con mi cuerpo acurrucado, temblando como si estuviera nadando en un mar de hielo. Tus filosos dedos largos viajaron por mis labios salados y rotos, mientras en mi cabeza trataba de cantar melodías para calmar la ira. Yo sabía que eras tú, el tacto de un monstruo nunca se me va a olvidar desde la noche en que abusaste de mí.

Soltaste una risa gruesa, como si el verme sufrir fuera algo atrayente para ti. Jalaste de la cinta para que te pueda ver mejor y solté un jadeo como si estuviera a punto de tener un hijo pues casi me quitas la vista y la vida. Me sorprendí, porque pude ver que no solo estabas tú, también estaba el imbecil Joon con Daniel y otro hombre más que no reconocí.

Mis gritos jamás fueron tan fuertes esa noche. La luna nunca me ayudó aunque se lo pedí, mi garganta ya no podía soltar más gritos de ayuda, pues al gritar sentía como la voz se me iba y la perdía por completo.

Y tenía miedo, por él y por mí.

Las lágrimas dejaron de ser humedas para empezar a quemar como gotas de lava, al mezclarse con mi sonrojo de furia. Tus palabras volvian a torturarme, por eso decidí hacer caso omiso en ellas.

Yo que tanto te camelo.

Tan fuerte y lastimero. Ver a los ojos al mismo lucifer mientras rompías mi interior con tus testiculos de metal.

Y tú me das pié...

Me dejaste tirado, desnudo en una habitación oscura y fría, rezándole a mi única esperanza que aunque nunca tuve la confianza, me sirvió de desahogo hasta encontrar la calma para dormirme y despertar en las mismas cuatro paredes.

— P-padr... nuestro.. que est-tás en el. — Respiro, respiro para no volver a pensar en ti. — cielo.

Tus palabras volvieron a mi mente.

Es que tú de aquí no sales.

Neo ☆

el mal querer ☆ kookminWhere stories live. Discover now