"De las luces
Sale un ángel que cayó
Tiene una marca en el alma
Pero ella no se la vio
Senta'ita, al cielo quie' rezarle
Prenda'ita de sus males
Que Dios tendrá que cobrarle"Por la noche, el viento que viajaba al este se plantaba en sus brazos delgados y desnudos, sentía como sus poros se iban purificando por el aire fresco, los pelitos se le paraban con la piel de gallina, pero por más que la temperatura estuviera consumiendo su sistema débil, sabía que si se detenía o no buscaba ayuda rápidamente, muy pronto iba a desprenderse en medio de las carreteras de tierra. No sabía a donde iba porque el mal le había nublado los ojos, tampoco vio quien lo liberó de tan claustrofóbica celda de sueños muertos, pero juraría que no fue él porque a los pocos kilómetros recorridos entre el mareo y el llanto puro que desprendían sus ojos, escuchó tan transparente como el aire, el sonido de una bala salir.
El miedo le recorrió tan rápido que juraría sentir como venían por él, para terminar la historia que pensó se había acabado. Corría desesperadamente, con las ropas grandes colgando, los pies descalzos y la mirada devolviéndose de vez en cuando para ver si estaba alguien siguiendo su paso, convencido de que vendrían por él. En medio de un terreno baldío, se cayó más de cuatro veces, por abrazar sus brazos marcados en látigo, las cicatrices eran profundas y marcadas en rojo vino, sentía tanto dolor que el frío le lograría dormir cada parte de sus heridas. El camino era largo desde la casa de su tío para llegar hasta la ciudad y a esa hora de la madrugada no había nadie que pudiera oírlo gemir, ni tampoco ayudar, por eso con su poca noción, corrió tan rápido como el mismo cuerpo lo dejó, escupiendo sangre, brotado en el sudor del pánico y la angustia. De a poco empezó a sentir que se perdía en el espacio, ni siquiera sabía donde estaba.
Palmas... palmas, palmas. ¿Lo escuchas tú también? Porque cada paso rápido que daba eran sus pies clavados en la tierra humeda de las haciendas, el olor a árboles de eucalipto y lágrimas que adornaban su rostro brillante.
Corre, corre Jimin.
Estaba tan confundido entre su emoción de libertad y el peligro de tener una bala que atravesara su cuerpo débil que por más que le rozara, sabía que lo mataría tan rápido como llegara a rozarle. Habían pasado cinco minutos de su recorrido, estaba mareado de las luces en la calle, el sonido de los sapos, por mucho tiempo fue costumbre estar entre esas blancas cuatro paredes que ya no le daban más espacio a su imaginación.
Pero ¿A donde iba?
No fue difícil pensar en Jungkook, en sus padres, y llorar también por ellos; lloraba desconsoladamente porque estaba de luto con su propio destino y el destino de quien lo haya salvado. Su cuerpo débil cayó en medio de la carretera, parecía un niño pequeño a lo lejos y no esperaba más que poder ver nuevamente los ojos de sus queridos por última vez. Su risa angelical se empezó a escuchar en todo el bosque y la luz de un auto acercándose estaba cada vez más cerca, como el final de esa cruel temporada. Tal vez podían rescatarlo de su infierno, de su agujero negro y de sus pensamientos perdidos o simplemente atropellarlo. Entre tanto, Jimin no estaba bien, aunque juraba que pronto lo estaría.
Antes de que viera quién lo había rescatado, levantándolo del suelo sin pudor, sus ojos se apagaron por doce horas, estaba inconsciente descansando de todo el daño hecho. La persona empezó a pensar que el pelinegro de cabellos largos y sucios había caído en un coma por sus marcas y los labios empegostados en su pelo con su propia sangre.
De pronto, sin recordar más que su miedo por despertar de nuevo en el infierno, abrió los ojos como dos paletas, observando el espacio donde se recostaba, suave y acolchado. Mirando los rayos de luz entre las ventanas abiertas, una mesita de noche con agua y trapos mojados, un cuarto tan amarillo como casa patronal y una dulce sonrisa adornada en el rostro de lo que pudo entender como un ángel.
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el mal querer ☆ kookmin
Fanfiction+18 Inspirado en la novela Flamenca del siglo XIII y en el álbum El Mal Querer.