"Di mi nombre
Pon tu cuerpo contra el mío
Y que lo malo sea bueno e impuro lo bendecí'o
Ya me abrazas sobre tu cuerpo
En la esquina de tu cama
Y en el último momento dime mi nombre a la cara"Bajar al infierno era comer de sus platillos, saborearlos entre el pecado de saber que estabas ahí porque querías y no porque era lo mejor.
Bajar al infierno era tan parecido a verlo de cerca, tenerlo aferrado y saber que por más que quisiera, él nunca iba a devolver mi devoción. Bajar al infierno no solo era el trauma, dejaba una huella en tu piel, un destello de oscuridad tan profunda que lo veías infinito, y por más que retrocedieras, y vieras lo que dejaste atrás, ese camino luminoso en el que creciste se iba opacando tal como la esperanza, la fé y la misericordia. Siempre fue mejor ver hacía adelante, rezar, no pecar, donde no era necesario imaginárselo mucho para sentarte a mirar como venía algo mejor y estaba allí, esperándote.
Hurté un damasco anaranjado del bodegón de frutas de invierno que estaba en el centro de la mesa, acompañado de frambuesas y frutillas tan saturadas como dulces, me lo llevé a los labios apenas acaricie su piel entre mis yemas, Namjoon solo me respondió con una sonrisa, volviendo a leer el periódico en su silla de la otra esquina. El día estaba tan feliz como el cisne cantor que se posó en la ventana de la sala a deleitarnos con opera, supuse que todo estaba más radiante porque era día blanco, una tradición asiática para los hombres enamorados. Por mi parte, compartía la misma serotonina que aquel pájaro postrado frente a mí, hablábamos entre telepatía, y le había contado todo lo que había hablado con Jungkook y mi madre para vernos a penas este saliera de sus exámenes. Mis nervios en punta por volverlos a ver iban a la par con mi cabello despeinado de recién levantado, disfrutaba de mi damasco viendo como el día me recibía.
— ¿A qué hora dijo tu madre que vendría?
Lo miré de reojo, leyendo su periódico junto a su café y noté algo curioso, está vez lo acompañaba una bufanda tejida, por encima de su traje bien planchado. Namjoon era como un muñeco, o tal vez algo similar a uno, luciendo pulcro hasta para darme las buenas noches, con su traje de gala que lo hacía ver tan resplandeciente todos los días hasta que se colocaba la pijama y se escondía en su habitación seguramente a leer libros de economía o cualquier tema tan aburrido como para no interesarme. Desde que me había hospedado allí, nunca lo había visto vestido casual y podría jurar que tenía más que una colección de moños y corbatas para cada ocasión, esta vez cargaba una blanca que lo hacía ver más joven de lo que ya, calculándole tal vez unos siete años más. Aún así se conservaba tan bien, que Ángeles la enfermera me decía que tenía un montón de mujeres queriendo saber sus últimos secretos cosméticos y rutinarios, por siempre lucir tan bien.
— Me dijo que me llevarían a comer el almuerzo como a las doce. — Por fin contesté, devolviendo mis pasos hacía él cuando lancé la pepa de la fruta por la ventana. — ¿Por qué? — Pregunté pícaro.
Sus dedos largos empujaron el puente de sus lentes redondos cuando me vio tan cerca de su cuerpo, sin dirigirme aún la mirada, absorto en las lineas negras impresas.
— Iba a decirle a Sonya que nos hiciera almuerzo a los dos. — Exclamó. — Hoy regresó más temprano del trabajo y pensaba que como aún te faltaban algunas heridas por sanar podías quedarte aquí unos días más...
Sonreí tímido a lo que dijo, acariciando su cabello para que así, tomara la iniciativa de mirarme cuando estuviera a menos de un metro.
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el mal querer ☆ kookmin
Fanfic+18 Inspirado en la novela Flamenca del siglo XIII y en el álbum El Mal Querer.