Infancia

58 16 32
                                    


《¡Holi holi! Segundo día de octubre, segundo escrito ❤》






Después de los sucesos ocurridos hace tan solo horas atrás, su cabeza estaba llena de nostalgia, nublándole sus sentidos e instintos básicos y provocando gran torpeza en él; algo que rara vez ocurría. Un sentimiento de alegría se almacenaba en su corazón por la reciente confesión de su Lady, pero no podía evitar sentirse confundido respecto a eso. Sabía que su cariño era mutuo, mas no su amor.

Sin embargo, lo que lo confundía aún más, eran los repentinos latidos acelerados que se instauraban en su pecho con la presencia de su mejor amiga, Marinette. Su risa, su mirada, su voz, todo en ella le resultaba mágico, fascinante y sublime, algo en lo que se asemejaba a la heroína dueña de su corazón.

Ladybug fue su primer amor, pero, ¿era el último?

Debido a lo abrumado que se sentía, le restó importancia al hecho de que iba caminando en dirección incierta por la cafetería, notando al último momento como a pocos pasos de el se encontraba la joven azabache, dueña de sus pensamientos. La chica llevaba entre sus manos un tazón de porcelana, con un latte en su interior. Su mirada estaba fija en la deliciosa crema que adornaba la bebida, por lo que hizo cado omiso sobre lo que se encontraba a su alrededor. Sus frentes chocaron repentinamente, haciendo que ambos retrocedieran por instinto, Marinette derramando el líquido amarronado sobre la camisa blanca que el Agreste usaba a modo de chaqueta. La cara de espanto de la de tez fría denotó como no esperaba toparse con él en tales circunstancias. Él sacudió ligeramente la prenda, rogando internamente poderla lavar antes de llegar a casa, o estaría en graves problemas.

—Creo que deberíamos dejar de toparnos así... —rió suavemente, buscando tranquilizarla.

Ambos se volvieron a agachar para coger la taza, chocando nuevamente y disculpándose al unísono con un tímido susurro. Sus manos se rozaron por un corto segundo al sostener el objeto, produciendo un obvio sonrojo en ambos, tiñendo sus mejillas con un tinte melocotón.

—Puede que eso sea inevitable... Ya lo sabes, soy demasiado torpe —recordó levantándose, permitiendo que él recogiera el objeto.

Adrien creyó que la imagen frente a él era encantadora. Marinette sostenía un mechón rebelde con sus dedos, enrollándolo en este, mientras elevaba ligeramente sus hombros debido a la vergüenza. Sus ya no tan cortas coletas estaban un poco levantadas, y sus mejillas enrojecidas con un sutil rubor coral, dándole un aire angelical y enternecedor a la joven. Sonrió por instinto, su mirada esmeralda delatando su profundo sentir y consiguiendo poner aún más nerviosa a la azabache, quien comenzó a frotar sus dedos entre sí.

Y otra vez estaba ahí, aquella atosigante e igualmente satisfactoria calidez en su pecho, la que solo aparecía con la presencia de ambas chicas de cabello negro azulado y ojos cielo.

—Bueno... Creo que ya es tiempo de irme —dijo retrocediendo—. ¡Nos vemos luego!

Se apresuró a la salida, milagrosamente sin tropezar con nada ni nadie más, dejando a un rubio consternado por los sentimientos que llenaron su mente.

«¡¿Qué me pasa?! ¡¿Por qué estoy pensando así de mi mejor amiga?!», se regaño mentalmente, sintiendo la sangre subir a su cara. «Marinette es mi mejor amiga, a quien amo es a Ladybug. Además dudo que ella sienta lo mismo, aunque no debe porqué sentir lo mismo, porque yo no siento nada, entonces ella tampoco». Su mente era un lío sin duda, por lo que no pudo hacer nada más que resignarse a seguir su camino por la cafetería.

Analizó sus opciones, y visualizó como su amiga se sentaba en un pequeño taburete, sola, ignorando como varias de las mesas estaban llenas.

Decidió acercarse, solo le daría un poco de compañía, era todo. No era porque quisiera estar cerca de ella, solo ellos dos, para nada. Después de todo, solo eran amigos, y los amigos quieren estar en compañía de otros amigos, porque eso hacen los amigos.

En resumen, eran amigos.

—¿Puedo sentarme aquí? —preguntó, señalando el otro taburete y único que seguía vacío.

—Claro, si quieres —aceptó sonriendo amigablemente.

Sus miradas conectaron por unos cortos segundos, pero que se les hicieron eternos, ambos perdiéndose en el hermoso color de los orbes contrarios. Para Adrien, los ojos de Marinette eran únicos, de un color zafiro tan bello y especial que era semejante al puro océano. Era imposible no perderse en esa mirada preciosa. Marinette fue la primera en desviar su vista, sonrojada por el contacto visual.

—Lo siento... —se disculpó avergonzado.

—No pasa nada.

Un silencio incómodo hizo acto de presencia por segundos en los que el rubio observaba de reojo a su compañera, sin saber cómo iniciar una conversación coherente.

—Y... ¿por qué estás aquí? —rompió el silencio que se había formado—. Me refiero al por qué estás sola —aclaró para no prestarse a malas interpretaciones. Una suave risa sonó.

—Digamos que necesitaba pensar, tuve una noche difícil —murmuró con un tono melancólico, arrugando los labios.

—¿Pasó algo? —preguntó preocupado, alzando sus cejas y acercándose un poco a ella.

—No, solo son cosas mías —le respondió rápidamente al notar como el chico mostraba inquietud—, no quiero molestarte con mis problemas... —susurró con una falsa sonrisa de lado.

Le dio lástima ver a su amiga de tal forma, porque conocía ese sentimiento. Ese sentimiento de dolor, tristeza y necesidad de reflexionar, de desahogarse, de ser comprendido por alguien.

Acercó su asiento al de ella, para juntar sus hombros y transmitirle su calidez, intentando demostrar con ese gesto apoyo genuino. Acarició su mano, que estaba sobre la mesa, con dulzura, delicadeza, dándole calma sin necesidad de palabras.

—Mi madre, cuando yo estaba triste, siempre se acurrucaba a mi lado y me abrazaba, para darme consuelo —contó, recordando las tardes en las que él lloraba contra su almohada, silenciosamente, tratando de ocultar su dolor, pero su mamá siempre lo encontraba y buscaba ayudarlo mediante cariño y mimos—. Es uno de los recuerdos más lindos que tengo de mi infancia junto a ella.

La azabache lo miró, con lágrimas en sus ojos, apretando con fuerza sus labios. Hundió su cabeza al instante en el cuello de Adrien, abrazándolo estrechamente, recibiendo la afirmativa del modelo, quien sin importarle las miradas indiscretas de otros estudiantes, intensificó el contacto, acariciando su espalda dibujando círculos con su dedo, susurrando suaves "shh" acompañados de tiernos "todo estará bien", empleando y recreando la escena que tantas veces vivió en su infancia.







《Solo puedo decir "¡Aww!" con este capítulo, ¡fue muy tierno! ¿Captasteis las dos referencias? 🤔 ¡Os amodoro! ❤》

Agosto de Adrien Agreste | En hiatus indefinidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora