❤︎ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 2❤︎

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Al preguntar zhan quién era la madre, descubrió que el lindo niño cuya belleza incomparable le había herido era el joven Yibo, hijo y heredero del señor Wang, el gran enemigo de los Xiao; y que así había entregado inadvertidamente su corazón a su enemigo. A pesar de que esto le causó desasosiego, no logró disuadirlo de amarlo. Eigualmente intranquilo quedó Yibo cuando descubrió que el caballero con quien había estado hablando era zhan, un Xiao, pues había sido súbitamente golpeado con la misma pasión impetuosa e irreflexiva que zhan había concebido por el; y le pareció una ironía del amor que ahora debiese amar a su enemigo, y que sus afectos se asentaran en aquel a quien, según todas las consideraciones de su familia, debía odiar más que a cualquier otro.

Siendo medianoche, xiao zhan y sus compañeros partieron; pronto los otros dos lo perdieron de vista, pues incapaz de alejarse del lugar en el que había dejado su corazón, Zhan escaló el muro de un huerto que se encontraba detrás de la casa de Yibo.

No había pasado allí mucho tiempo pensando en su nuevo amor, cuando wang Yibo apareció en una ventana, desde la cual su fulgurante belleza parecía irrumpir como la luz del sol en el oriente; y la luna, que en aquel momento brillaba en el huerto con una tenue luz, le pareció a Zhan lánguida y enfermiza ante el resplandor mucho mayor de aquel nuevo sol. Y al ver que Yibo apoyaba la mejilla en una mano, zhan deseó ardientemente ser un guante para tocar esa mejilla.

Entretanto, Yibo, que creía estar solo, dejó escapar un suspiro y exclamó:

“!Ay de mí!”. Zhan, embelesado al escuchar
aquella voz, murmuró suavemente, sin que el lo escuchase:

“Oh, habla de nuevo, ángel rutilante, porque tal me pareces, allí en lo alto, como mensajero alado del cielo ante el cual se postran los mortales para contemplarlo”. El wang, sin saber que era oído, y lleno de la nueva pasión nacida de la aventura de esa noche, llamó por su nombre a su amado (creyéndolo ausente):

“!Oh, zhan, zhan!”, dijo; “¿por qué eres zhan? Reniega de tu padre y de tu apellido por mí; o si no quisieras hacerlo, júrame amor y por ti dejaré de ser un wang”.

Reforzados sus sentimientos por esas palabras, zhan de buena gana habría hablado, pero deseoso de oír más se contuvo, y el jóven continuó su apasionado soliloquio (pues tal creía), reprochando
de nuevo a zhan por ser zhan y por ser un Xiao; deseando otro apellido para él, o que abandonase aquel odiado apellido, y que a cambio de aquello, que no hacía parte de su persona, lo tomase a el todo entero. Ante este testimonio de amor, xiao zhan no pudo contenerse más, y entrando en el diálogo como si las palabras hubiesen sido dirigidas personalmente a él, y no solo como parte de una conversación imaginaria, le propuso que lo llamara por el nombre de Amor, o por cualquier otro nombre que le agradase, pues él ya no era zhan, si aquel nombre le disgustaba.

Yibo, alarmado al escuchar una voz de un hombre en el jardín, al principio no supo quién era el que al amparo de la oscuridad de la noche había descubierto su secreto.

Pero cuando él volvió a hablar, y aunque los oídos de Yibo todavía no habían libado ni cien palabras pronunciadas por aquellos labios (tal es la agudeza del oído cuando se ama), supo de inmediato que era el joven Xiao, y lo reprendió por el peligro al que se exponía al escalar el muro del huerto;pues
si cualquiera de sus parientes descubría allí a zhan, un Xiao, le harían pagar con la vida por su atrevimiento.

“!Ay!”, dijo Zhan, “hay más peligro en tus ojos que en veinte de sus espadas. Basta con que me mires amorosamente, bello joven, y quedaré a prueba de su enemistad. Prefiero que mi vida se extinga por aquel odio, a prolongar sin tu amor una vida odiosa”.

“¿Cómo llegaste hasta este sitio?”, preguntó Yibo; “¿y quién te guió?”.

“El amor me guió”, respondió Zhan. “No soy un navegante, pero si estuvieras tan distante de mí como la playa que baña el Océano más lejano, yo me aventuraría en busca de tal tesoro”. El rubor cubrió de carmín el rostro de Yibo (sin que zhan pudiese verlo a causa de la noche), al detenerse un instante a recordar la revelación que inadvertidamente había hecho de su amor por zhan.

Habría querido que aquellas palabras regresaran de vuelta a sus labios, pero aquello ya era imposible. Y habría querido recobrar sus modales, y mantener a distancia a su enamorado, como es costumbre de las personas discretas; que fruncen el ceño y se portan de manera perversa, dando a sus admiradores duras negativas en un principio, y luego se alejan afectando timidez o indiferencia, por más amor que sientan; de manera que los hombres no las juzguen demasiado ligeros ni fáciles , ya que la dificultad de la conquista parece aumentar el precio de la victoria.Pero en el caso de wang Yibo no había lugar para negativas ni evasivas ni ninguna de las habituales artes del
aplazamiento. Y es que Xiao zhan había escuchado de sus propios labios, cuando el ni se habría imaginado que él estaba cerca, la confesión de su amor.

De manera que con franca honestidad,
excusable por la situación tan insólita, le confirmó la veracidad de lo que había escuchado antes, y dirigiéndose a él como “hermoso Xiao” (el amor puede endulzar el nombre más amargo), le imploró que no atribuyese la facilidad de su entrega a ligereza de carácter o a una mente indigna; que más bien atribuyera la falta (si es que la había) a la accidentada noche que de manera tan fortuita había dejado al descubierto sus pensamientos. Y añadió que si bien su conducta podría parecer poco prudente, de medirse según las costumbres que se esperaban, el demostraría ser más leal y verdadero que muchas mujeres y caballeros cuya prudencia no es sino un disimulo y cuya modestia no es más que un ardid.

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❥︎𝑅𝑜𝑚𝑒𝑜 𝑦 𝐽𝑢𝑙𝑖𝑒𝑡𝑎 ❣︎(ᴠᴇʀsɪᴏɴ ᴢʜᴀɴʏɪ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora