Miedo, dolor y furia

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Miedo.


Sus piernas están quietas, casi como si un conjuro no quisiera dejar que se movieran. No podía huir. Allí, rodeado de hombres enfundados en trajes de contención, se vio envuelto en un mar de recuerdos. Recordaba furia, pero también poder. Todo a su alrededor temblaba, y, al darse cuenta de que era él la causa, como si de una escurridiza mariposa se tratara, todo dejó de vibrar y las sensaciones desaparecieron.


Dolor.


Puede ver la muerte acercarse. Aquellos hombres no desean nada bueno para él, lo que le hace preguntarse qué ha hecho para llegar hasta allí. Silencio. Suspira. Sí, lo recuerda. Recuerda haber tenido varios episodios más, en los que pudo darse cuenta de que había algo dentro de él que le permitía hacer aquellas cosas. ¿Era magia? ¿Poderes? No podía controlarlo, y temía que la gente creyera que era un monstruo. En la intimidad de una habitación, se lo contó y mostró a su mejor amigo en busca de una voz que le calmara y le dijera que todo iba a ir bien. Pero su miedo le hirió en el pecho, y pronto se quedó a solas.


Furia.


Los hombres lo arrastran sin contemplaciones por el suelo. Delante de él hay un habitáculo de cristal. ¿Pretenden encerrarlo? ¿Matarlo? De pronto duda. ¿Va a dejarse morir? Quizá sí. Quizá aquel poder no deba ser suyo, o quizá sea una maldición. ¿Por qué le había traicionado? ¿Qué había hecho él para que le hiciera aquello? Las preguntas se arremolinan en su cabeza, y de pronto vuelve a sentirla. No tiene dudas, y no teme que la sensación le abrume. Se deja hacer. El reflejo del cristal le devuelve un rostro contraído, y unos ojos que, casi como si tuviera una maldición, eran devorados por la más profunda oscuridad. "Quizá deberían haberme matado antes".

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