Ektra

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Una familia caminaba helada por la alta y complicada cordillera de la Alhay-Kan, en el país de Yahnil, desafiando los vientos y las nevadas que les impedían el paso, en busca de cobijo.

Pero aquella familia no era una muy normal, era una familia especial: la madre, Minya, llamada como la dama de la Oscuridad, y el padre, Gyenta, El Pirata, entre los dos, habían engendrado a una preciosa niña que ahora llevaban en sus brazos, una niña que, al margen de todos, sería muy importante para el mundo entero, una niña que cambiaría la vida y que les traería un nuevo destino. Su nombre era Ektra.

En su largo camino, encontraron un pueblo que parecía estar dispuesto a resguardarlos, ajenos a la historia de aquella familia, que eran perseguidos, y que traerían la muerte al pueblo, más tarde o temprano.

Pasaran los años, y la familia ya se había instalado en el pueblo sin ningún problema. Ektra, que tenía ya ocho años, corría sin miedo y sin preocupaciones por el campo, en el día de su cumpleaños. Se sentía muy mayor. Soñaba con ser una gran guerrera como sus padres, alguien importante, y su mundo se limitaba a pequeñas aventuras por los alrededores de la aldea.

Ese mismo día, la madre la llamó, indicándole que era la hora de comer, y la niña corrió felizmente, esquivando las piedras. Entonces, su felicidad se vio raramente cortada. La niña, asustada, notó como su corazón se encogía, y, al mirar al cielo, vio como se cubría de unas negras nubes que taparon todo, sumiéndola en la oscuridad. Sin entender nada, la niña miró a su madre. Vio el terror y el miedo en su cara, y corrió hacia ella preocupada. Su padre había salido de la tienda rápidamente, y había dicho un ¡OH, no! La niña asustada, se agarró a la pierna de su madre, y entonces lo vio.

De la profundidad del bosque, unas sombras negras, viscosas y repugnantes salieron corriendo hacia el pueblo. Destellaban ira, terror, tristeza, todos los sentimientos negativos juntos en sus negros cuerpos. La gente del pueblo salió de sus cabañas armados hasta los pies, preparados para la lucha.

Las sombras de pronto mutaron de una forma extraña, transformándose en guerreros de carne y hueso, algo diferentes a los humanos. El ruido de las armaduras mientras avanzaban era atronador.

La madre la cogió en brazos. Ektra no entendía nada, y lloraba de miedo. Minya la llevó hasta un carro, y la puso debajo.

-Ektra, por nada del mundo salgas de aquí, ¿entendido?, no salgas, espera aquí hasta que yo te lo diga.

Ektra asintió sin saber qué hacer. La madre le dio un beso en la frente, y salió corriendo.

Ektra miró desde debajo del carro el caos que había en el pueblo. Los habitantes de este luchaban con fiereza contra aquellas extrañas sombras con forma de hombres que jamás había visto. Vio como su padre salía con dos espadas y comenzaba a luchar. Entonces, un extraño suceso llamó la atención de Ektra: su madre, Minya, salía de la tienda con una niña en brazos, una niña pequeña y bonita que Ektra jamás había visto.

Sin poder evitarlo, Ektra salió de su carro para preguntarle a su madre quién era aquella niña pequeña, que apenas tendría unos meses. Pero tuvo que parar en seco. Una sombra acababa de interponerse entre su madre y la libertad. Entonces, y sin que Minya pudiera reaccionar, le clavó la espada.

La madre cayó muerta, dejando a la niña pequeña en el suelo, llorando y gateando sin saber a dónde ir, sin entender nada.

Ektra giró la vista para buscar a su padre, pero él también había sido atacado por una sombra, una sombra que le había clavado su espada justo en el corazón, dejándolo muerto también.

Cuando Ektra se quiso dar cuenta, el pueblo entero había desaparecido tras aquellas sombras y el fuego. Tan solo quedaba ella en pie, ella y la extraña niña que gateaba sin rumbo.

Una sombra la cogió por la pierna, cortando su perdido avance.

-¿Qué hacemos con ella? – preguntó en voz alta.

-La matamos como al resto del pueblo, no debe sobrevivir nadie.

Ektra lloraba. Desde donde estaba, nadie se había percatado de su presencia, y aquella niña iba a correr el mismo destino que sus padres. Recordó como su madre le había enseñado a levantar una espada, a manejarla dentro de sus posibilidades, y, sin poder evitarlo, corrió y agarró una por el camino, hacia aquel ser que amenazaba la vida de la pequeña, y la suya propia.

De un solo golpe, le cortó el brazo, y la niña cayó al suelo. La sombra chilló de forma aguda, volviendo a su estado anterior, a su negro y viscoso cuerpo.

Ektra cogió a la niña en brazos, y por el camino, una cesta pequeña. Se dirigió a toda prisa hacia el río.

Se agachó, la colocó en la cesta, y la dejó sobre el río. Lentamente, la corriente se la llevó, y Ektra se quedó mirando cómo se alejaba río abajo, quizás a una familia que la cobijara en su hogar.

Tras ella cientos de sombras la esperaban furiosos, esperando al momento de abalanzarse sobre aquella niña, y destrozarla como habían hecho con todos los demás.

-Es ella – dijo uno.

-Sí, es la hija de Minya y de Gyenta, debería morir antes de que sea tarde.

Las sombras dieron un paso hacia aquella niña llorosa y triste, que todavía no entendía nada de lo que estaba sucediendo. Se dio la vuelta lentamente, con gesto severo, extraño, enfadado, adulto. Dentro de ella, se podía ver el alma guerrera de su madre, que había perecido en aquella batalla.

Entonces Ektra chilló como nunca había chillado. De su interior salió una fuerza sobrenatural que explotó de forma brutal. Aquella fuerza desconcertó a las sombras, que regresaron a su forma original y se retorcieron, doloridas. 

Habían llegado tarde. 

Su pecho comenzó a brillar, cegando todo el pueblo ahora masacrado, y un viento huracanado se apoderó de la zona. Las sombras desaparecieron uno por uno, como si una en vez de luz, una ola de ácido los destrozara.

Ektra dejó de gritar y la claridad se apagó de sopetón: ya no quedaba nadie en pie salvo ella. Se sentía agotada y aterrada tras aquella muestra de poder. Sin fuerzas ni siquiera para mantenerse en pie, cayó al suelo desmayada.

Historias de Universo NeptunianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora