Epílogo

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DYLAN.

—Cielo, ¿puedes pasarme la cuchara?— pedí al tiempo que chupaba mi dedo índice para probar la mezcla.

Lucas, que estaba en la sala de nuestro pequeño apartamento, corrió a la cocina, tomó la cuchara y me la tendió. Sonreí en manera de agradecimiento y él me guiñó un ojo, logrando que mis mejillas se tornaran de un vergonzoso color carmesí.

—Huele bien— comentó antes de meter un dedo en la mezcla y ofrecérmelo. Lo acepté, gustoso.

—De algo tenían que servir las recetas de mi abuela— me encogí de hombros.

Sonrió.

Minutos después, Lucas ya me había dejado solo por milésima vez en la cocina. Fruncí el ceño al tiempo que me quitaba el ridículo delantal rosita y me abrí paso hacia la sala. Mis ojos se abrieron de par en par cuando en la televisión aparecieron dos personas demostrándose exceso de amor no apto para menores de edad, y justo enfrente estaban Lucas y Rayitas, muy concentrados para mi gusto.

—¿¡Qué coño haces!?— chillé antes de tomar el control remoto y apagar la televisión.

—Viendo una escena de sexo salvaje— se encogió de hombros y juro que tuve que mirar a otro lado para no caer en la tentación por culpa de su torso desnudo.

—¡Pero Rayitas está contigo!— señalé al gatito que inclinó su cabeza a un lado, mirándome—. ¡Es un bebé, no puede ver esa clase de escenas!

—¡Es un gato!— rodó los ojos.

Entrecerré los ojos antes de colocar las manos en mi cadera. Lucas se encogió ligeramente en el sofá.

—Es. Nuestro. Hijo. —hablé lentamente remarcando cada palabra.

—Me veo en la obligación de recordarte que yo no estaba muy de acuerdo con adoptar a un minino— reprochó.

—Y yo me veo en la obligación de recordarte que fuiste tú el que no se despegó del minino en todo el día después de hacer un berrinche sobre no querer un gatito. —sonreí, burlón.

Abrió la boca para decir algo pero la cerró de inmediato al no encontrar ningún argumento. Sonreí cuando se giró, muy digno, y empezó a acariciar el pelaje amarillento de Rayitas.

—Hoy duermes en el suelo— refunfuñó para mí.

Solté una carcajada.

—Hoy duermo encima de ti— susurré antes de ir hasta él y sentarme en su regazo a horcajadas.

Pude notar un brillo inexplicable en sus ojos al mirarme. Tragué saliva cuando relamió sus labios y acarició mi cuerpo por encima de la ropa.

—¿Ya te dije hoy lo mucho que me encantas?

—Mhum...— fingí pensar— Me lo dijiste ayer, antes de montarme en el suelo de la habitación.

—Pues menudo imbécil —susurró—. Mereces que te diga cada cinco segundos lo mucho que me encantas, lo embobado que me pones cada que sonríes y lo tanto que te amo.

Mi corazón se hinchó de felicidad y amor.

—Tú también me tienes volando en Saturno— admití antes de besar sus labios.

Hace un tiempo que Lucas y yo decidimos mudarnos a un apartamento más grande después de presentarnos como pareja en una reunión que organizó mi familia. Nadie puso el grito en el cielo, es más, parecían tan felices que sentí envidia por lo tan bien que trataban a Lucas. A mí apenas me habían ofrecido un refresco. Todo lo contrario a su familia, lamentablemente su padre aún no aceptaba sus preferencias, aunque su madre estaba en ese proceso de aceptación hacia su hijo, no estaba muy contenta con ello, pero trataba de esforzarse para recuperar el amor de Lucas.

Una D para Lucas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora