Capítulo 21 - FINAL

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Me dejé caer en la cama, mientras observaba a Eloy tratando de acomodar esa maraña de cabellos rubios y rebeldes en un peinado decente. El mencionado se percató que lo miraba, por lo que me guiñó un ojo y siguió en lo suyo.

—¿Qué harás luego de la graduación?— preguntó.

Solté un suspiro agotador.

—Estuve dándole vueltas al asunto toda la semana— Y era cierto, no sabía que carajos iba a ser después de graduarme, pero tenía una pequeña idea para eso, solo esperaba que todo saliera tal y como lo había planeado. Me di la vuelta, cayendo sobre mi espalda para centrar mi mirada en el techo—. Buscaré trabajo en algún gimnasio, seré una especie de entrenador o algo así. No soy un ignorante en el tema, he vivido mi vida comiendo saludable y ejercitándome.

—Seguro te contratan. Mira que ese culo no cualquiera lo tiene— opinó.

Sonreí.

—De verdad te agradezco mucho lo que estás haciendo por mí, Eloy— susurré.

Hace aproximadamente una semana y medio que yo estaba viviendo en casa de mi amigo rubio. No había vuelto a hablar con mis padres desde aquella mañana que tuve la discusión con Abraham Jackson. El susodicho cumplió con su palabra, ya que todas mis cuentas bancarias fueron canceladas, no tenía qué comer ni mucho menos donde quedarme, fue por eso que había buscado trabajo en una pequeña cafetería como mesero, no ganaba mucho, pero al menos podía aportar un poco de dinero a la casa de mi mejor amigo. Claro, al principio sus padres se habían negado a recibir dinero de mi parte, pero al final logré convencerlos. La familia Astor habían sido muy buenos conmigo.

En cuanto al gran escándalo que se había creado por culpa de mi ex novia, las cosas al fin se habían calmado. Después de una semana de miradas juzgadoras, cotilleos y risas burlonas cada que caminaba por los pasillos del instituto, al fin podía volver a pasar un poco desapercibido entre las personas. Aunque debía de aclarar que gran parte de ello se lo debía a la pandilla, principalmente a Eddie y sus amenazas de muerte.

Salí de mis pensamientos cuando a mi móvil llegó una llamada de Nell. Sonreí inconscientemente y contesté.

—¿Cómo está la lucecita que alumbra mi vida? —saludé con voz melosa, solo para cabrearla.

Vuelves a decirme así y juro que te corto el miembro y se lo doy de comer a mi perro.

Solté una risa.

—Pero tú ni perro tienes.

Me compro uno y el problema está resuelto.

Ah, ¿oyen eso? es la voz del amor.

—¿Seguro que no quieres ir al baile? —pregunté. 

Seguro. Tú… diviértete, ya luego me cuentas como te fue— trató de sonar entusiasmada, pero la conocía más que nadie y sabía que algo iba mal.

—Puedes hablar conmigo, Nell— aseguré en voz baja.

—Lo sé, tonto, pero ahora mismo solo me apetece dormir.

Sabía que estaba deprimida, por lo que había pasado en casa, pero también por algo que no había querido contarme, pero la conocía, cuando estuviese lista para hablarlo, iría conmigo y soltaría todo. Amaba a mi hermana y odiaba que sufriera por mi culpa, desde pequeños le había prometido siempre cuidar de ella, pero al parecer me centré tanto en mis jodidos problemas que olvidé lo más importante; cuidarla. Fue por eso que, a pesar de mi mala relación con mis padres, trataba de hablar todos los días y preguntarle cómo estaba. Nuestra relación como hermanos se hacía más fuerte con el pasar de los días.

Una D para Lucas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora