𝐃𝐎𝐒

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Finalmente, estaba en casa.

Abriendo de un golpe la puerta para estirar los brazos en lo que ingresaba un nuevo aire a sus pulmones. Aire rancio y polvoriento por las condiciones del departamento, pero que aún así no le importaba al sentir su estómago completamente lleno.

Cielos.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez en que había ingerido unas patatas fritas no caducadas, al igual que la bebida fría en vez de una con gusto a orín.

No obstante, todo eso se colocó en segundo plano al recordar el cálido rostro del rubio. Cálidas sus facciones porque el carácter que tenía, era demasiado pesado y anticuado para su gusto; totalmente diferente a la conducta que había adquirido su compañero en cuanto al trato.

Sonrió. Realmente le había gustado mucho aquel agente. Le transmitía poder, seguridad, un elevado ego, seriedad, y mucha masculinidad, justo lo que necesitaba. No es como si fuera una mujer débil que depende de la presencia de un hombre, pero sí admitía que debés en cuando, le gustaría recibir algún tipo de mimo y porqué no, un abrazo furtivo entre medio de dos grandes brazos.

Haber insinuado aquel plan y que el dichoso se lo aceptara, le había hecho sentir una felicidad enorme incrementar dentro de su pecho, aunque por supuesto, ni se lo demostraría porque, claramente, el rubio también era bastante orgulloso.

No era tonta.

Podía percibir muchas cosas de una persona con sólo verla. Estar en las calles y tener que aprender en quien confiar y en quien no, le hizo desarrollar ese "don" que tantas veces le había salvado la vida. Evaluar una conducta, una palabra, un gesto, o un movimiento, no le era difícil, así que, literalmente, ese puesto de informante era perfecto para ella.

Luego de que el agente Jeon la haya dejado sola en el cuarto de interrogatorios, una secretaria se aproximó para hacerle saber bien los detalles de su comienzo al día siguiente en el horario de la mañana.

Y le exigió, exclusivamente, que tuviera cuidado en ser descubierta por alguien de la pandilla. Nadie debía saber sobre su asistencia al departamento del BIC, ni siquiera su madre.

Caminó con pasos cautelosos hasta el roto sillón que posaba a un lado de lo que supuestamente era una sala, echándose encima como un perro que se dirije a su cucha. Suspirando en lo que guió la mirada al techo humedecido e imaginando miles de cosas en cuanto tuviera su primer sueldo.

Sin duda alguna, lo primero que compraría sería una nevera, el hogar de la comida y bebida fresca. Aquella que huele deliciosamente con sólo verla, desde ramen, hasta pasteles de crema y chocolate.

Tanto fue su ensoñación, que cayó rendida ante el sueño pese de ser un horario temprano; de todas forma era lo conveniente, ya que luego su estómago rugiría en cuanto hiciera digestión y no hay peor cosa que dormir con hambre.

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