El cielo cálido de Manarola podía hacer feliz a cualquiera, incluso a mí, que por un tiempo me sentí fuera de confort, perdido en el tiempo por todo el que había pasado sin conocerme y el espacio donde estaba ahora pisando, que no era más que la decisión de mi propio destino. Mis tantas ganas de salirme de lo cotidiano me llevaron a ese pueblito italiano y mis tantas ganas de sentirme amado por alguien más me llevaron a Jungkook. Él era esa definición de necesidad por esos años de mi vida, todo lo que estaba y podía estar bien en ese momento, postrado ahí, perfectamente, sin pedir más, sin pedir menos. Manarola me llevaba a quererlo, seguramente si nos hubiesemos encontrado recónditos en cualquier otra parte del globo terráqueo, hubiese pensado estar junto a él más de cuatro veces; la diferencia estaba en el pueblo que lo hacía lucir suyo y él hacía lucir al pueblo parte de él.
Desde que había llegado a Manarola, Jungkook me había enseñado más que un simple idioma, la cultura completa, la gastronomía, a tratar con los italianos y era la mejor universidad que podía tener en vida. Él con su cuerpo esbelto, sus brazos grandes, tenía más que ofrecerme que toda esa fachada galante que siempre quería demostrar; era un ser sabio, buen cocinero, inteligente, carismático y muy soberbio. Extremadamente soberbio. Los tres primeros días en Manarola fueron una aventura a comparación del cuarto, el cuarto fue el primer día mágico de Manarola y lo llamo así cuando sin poder describir el momento, el recuerdo me remarca mucho más que los otros días que viví allí.
Nos fundimos en cigarrillos, nos bañamos en música, compartíamos cuatro docenas de ostras y fumamos un poco de Indica.
— Maldita sea Jungkook, ¿Qué me vas a hacer probar? — Recuerdo haberle dicho con una sonrisa en el rostro y una cerveza en la mano, dudoso de él y de sus ocurrencias.
— Park, relájate.
— Mi mamá no puede enterarse que mi profesor me está dando estas sustancias.
— Park, ¿Acaso tú le cuentas que te tomaste unas cervezas? ¿o te pajeas con Travolta?
— No es lo mismo.
— Tienes que madurar y una parte de aprender a madurar es saber que hay cosas que no se le pueden decir a los padres.
Me quedé callado.
Nos sentamos en el mesón cuando me indicó con su mano que lo hiciera también. Jungkook sacó una pequeña bolsa plástica de algún bolsillo de su short de playa. Sus manos empezaron a desmenuzar de a poco la flor, mientras me dedicaba pequeñas sonrisas. Estábamos como me gustaba estar, unidos en armonía, sentía su paz y él sentía la mía, así que no había de que preocuparse más que de estar. Jungkook armó su porro delgado, tan perfecto como el palito de una paleta, dedicó unos segundos de concentración, lamió el papel y cuando lo terminó de armar, lo encendió.
— Tengo miedo. — Mis ojos no despegaron la vista del porro. Jungkook aguantaba la risa para no toser. — ¿Es más fuerte que el cigarrillo?
— Si no quieres, no te obligaré. Pero si lo es.
— Pásalo. — Se lo quité de la mano tan pronto había dado tres caladas, y empecé a seguirle el juego de retener, tosiendo a la par. — Mierda, mierda.
— Con cuidado, Park. Reten el aire. — Me ayudó. Él me veía con su cabeza apoyada al mesón, parecía tranquilo, por eso mismo me fié y le di tantas caladas como mi cuerpo pudo aguantar. — La idea es siempre probar algo nuevo, esto no es veneno, no te mata, pero si te transporta, debes respetarlo.
— Yo solamente quería hacer otra cosa que dejar de jugar ajedrez y mirar al techo.
— Te acostumbras a la poca tecnología de este pueblo. Ven, pongamos un poco de música, es tu primer vuelo.
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atómicos ☆ kookmin
FanfictionManarola, Italia de 1983. Jungkook era su profesor de italiano y Jimin su mejor estudiante.