En realidad, empezar a contar esta parte de la historia me duele tanto como me dolió en ese momento de esclavitud rutinaria, al final sería volver a la melancolía de esos días, el deterioro de mi vida y a las pocas veces que fui capaz de sostener mis propias decisiones por aquellos largos meses. El cuento que había empezado de maravilla, con el amorío clandestino y los cigarrillos en el balcón de mi profesor estaba apenas comenzando a tomar color, mi vida como adulto también lo estaba y yo que venía del temblor, no pensaba que Florencia me iba a recibir con un terromoto, uno mucho peor.
Cuando llegué a eso de las diez de la mañana a la estación de Florencia, con los ojos hinchados en el desespero del dolor y la garganta llena de mocos, tomé mi maleta y no visualicé a nadie parado esperándome. Sentí la ausencia de aire apenas me bajé, tampoco vi a mi profesor guapo con los lentes puestos y la pinta de marinerito italiano saludando con sus gafas de sol, solamente estaba mi alma y las cientos de miles que habían por la estación rondando de allá para acá, junto al sonido vacío de mi corazón. El ruido de los trenes partir se oía tan duro como una pesadilla y no tardé mucho en marcharme de ese gentío que me generaba jaqueca y mal de amores hasta subirme a un viejo taxi e indicarle la dirección del restaurante sin mucho vacilar.
Después de la última llamada que había tenido con mi madre no habíamos vuelto a darnos señal de vida, en cuanto a las cartas, no sabía donde enviarlas desde Manarola y no se me había pasado por la mente mantenerlos al tanto de mis decisiones ya maduras mediante otras llamadas rutinarias, estaba tan ocupado con Jungkook que era lo de menos. Ellos por otra parte tampoco enviaron recados ni cartas, pasaron a ser de poca importancia. En realidad todo lo que no tuviera que ver con Jeon llegaba a estar en segundo plano.
La sorpresa se la di solamente a mi mamá la modista, mi padre por otro lado había tenido que viajar a Corea para resolver unos asuntos del dinero y la cuenta en Italia que manejaría el restaurante, así que estaría de vuelta a la semana siguiente.
Cuando la vi bien postrada frente a mí, con sus cabellos abombados y su Malboro en los labios, me largué a llorar en sus brazos, tan abiertamente que se me había olvidado la poca hombría que había adquirido aquel mes en Manarola, o tal vez en menos tiempo.
No quise hablarle de mi amorío en ningún momento, incluso cuando quería hacerlo por el desespero de hablarlo con alguien, me quedaba callado, solo porque se me brotaba por los poros que sentía algo roto allí dentro.
— ¿Quién te hizo esto?
— Yo mismo mamá.
Fue lo único que le dije la primera noche que me escuchó llorar.
La primera semana ayudé en el restaurante, mamá atendía y a mi me habían puesto en el cargo de la cobranza. A ella no le gustaba la idea de ponerme a trabajar pero por mi estadía tan aburrida en Florencia y las mil y un horas que tenía para pensar en mi profesor me hacían querer distraerme hasta con el contar de las gotas que caían cuando cerraba un grifo y hacer algo de oficio para dejar de pensar no estaba nunca de más.
Ubiqué algunos amigos cuando salía a fumar en la plaza a escondidas, ya me daba muy igual como me vestía, siempre cargaba con los cabellos desordenados y un día, cuando visualicé a unos que estaban con las skates, los saludé y me fumé un pucho de marihuana con ellos. Esa noche los tres chicos que conocí, los hippies de la plaza y algunos rockeritos, me invitaron a una de sus casas para seguir con la charla y las cervezas, pero volví a casa por la hora y la luna llena. Mamá no me habló hasta que papá regresó a los tres días y la entendía muy bien, había regresado envuelto en ese olor de burdel.
Mi comportamiento se había vuelto un caos y estar sin Jungkook era tan doloroso como cortar de mi piel. Aún así pensarlo me quitaba muchas veces el sueño y cuando hacía algunos bocetos en mi cuaderno de diseño, lo dibujaba sin querer siendo mi modelo.
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atómicos ☆ kookmin
FanfictionManarola, Italia de 1983. Jungkook era su profesor de italiano y Jimin su mejor estudiante.