📱 | Cada persona tras la pantalla
tiene sus heridas, cicatrices y sueños.
Y eso, ellos lo saben muy bien.
Ella se sentía cada vez más perdida.
Él había empezado a encontrarse.
Mensajes diarios de un número
desconocido y una sola pregunta
qué d...
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— 10 DE JULIO —
AIDEN MARSDERN.
—Está sonando la alarma, bonita... —aparté un mechón de su rostro.
—¿Hum? ¿Cuál es el plan para hoy? —parpadeó adormilada.
—Buenos días para ti también, pequeña italiana —besé su frente.
—Perdón —se ruborizó avergonzada—. Buenos días, dolcezza.
—Podemos hacer lo que te apetezca —di respuesta a su duda.
—Eso dijiste ayer —mordió su labio inferior—. Hoy eliges tú.
Al final decidimos pasar el fin de semana juntos en su piso.
No afectaba a mis planes con el gimnasio porque de momento había decidido sólo ir a lo largo de la semana cuando pudiese. Era mas una escapada para descargar estrés del trabajo que otra cosa.
Pues lo cierto era que estaba bastante en forma. Aunque dejé el gimnasio un año atrás por querer focalizarme en el trabajo, había decidido volver al recordar lo bien que me iba ir aunque fuera una hora cada dos días. Literalmente, se me reseteaba tanto la mente como el día.
Tanto ella como yo, decidimos aprovechar para desconectar de todo después de una semana de estrés y de trabajo. Esa motivación fue la que redujo la importancia del cansancio que teníamos acumulado e incrementó el interés de disfrutar el tiempo que pasaramos juntos.
En ese lapso de tiempo, exploramos un poco más el efecto que teníamos el uno con el otro, sin que nos diésemos cuenta. Descubriendo que, por un lado, el insomnio parecía menguar cuando Chiara estaba cerca de mí, y que, por otro lado, mi voz conseguía despertarla sin esfuerzo, a diferencia de sus alarmas que tardaban media hora en hacerla reaccionar.
Ayer, es decir, el sábado se dieron ambos casos. Por la mañana, se dio una situación similar a la de hoy: unos «buenos días» la hicieron reaccionar y un par de alarmas no. Me sorprendió y a la vez me enterneció ver lo despacio que cierta rubia se espabilaba por las mañanas. No le costaba dejarse atrapar por la pereza. Y para evitarlo, lo mejor era hablarle de manera seguida, hasta que su mente se situase y se acabase de despertar. En cambio, por la noche, al que le costaba dormirme era a mí. Chiara no tardó en darse cuenta, mientras ella bostezaba, yo aún tenía los ojos abiertos cual buho. Y aunque insistí en que no se preocupase, y durmiera tranquila, sin decir nada, se acomodó en mi pecho y empezó a trazar siluetas con sus dedos en él. Y aunque creí que no serviría, al sentir su respiración calmada y la calidez que emanaba, acabé durmiéndome con ella.
En otras palabras, mientras ella dormía con facilidad y me contagiaba, yo me desvelaba sin esfuerzo y podía despertarla a ella. Sin duda, juntos éramos una combinación curiosa y equilibrada, digna de ver.