Cuarta Parte

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Ni el dolor muscular ni el dolor de cabeza de Natasha desapareció en el transcurso de la noche a pesar de las pastillas con dosis definitivamente altas para una persona promedio que había robado del laboratorio.

La rusa pasó la noche en uno de los sofás de la sala común y durmió con suerte más de un par de horas antes de que el sol comenzara a aparecer en el horizonte.

Romanoff despertó por su cuenta justo a tiempo para ver los primeros rayos de sol emerger sobre las dunas de arena, algo que la incómodo y molestó más de lo normal, haciéndole sentir casi como si la luz quemara ligeramente sus retinas.

—F.R.I.D.A.Y., haz que sea de noche otra vez —murmuró la pelirroja al cubrir sus ojos con su antebrazo.

La Inteligencia Artificial le dio una respuesta verbal que la espía no se molestó en escuchar y sólo agradeció cuando las paredes de cristal que daban al exterior se volvieron completamente negras para evitar que la luz entrara al piso de la Torre.

Natasha tal vez estaba empezando a aceptar que se había resfriado y que esto sólo estaba empeorando su interminable jaqueca que ya la había molestado por más de una semana; sin embargo, no iba a aceptar eso en voz alta con María o cualquier otra persona del equipo.

Sintiéndose más con la obligación de levantarse para tomar una generosa taza de café para terminar de despertar que con las ganas de beber el café en sí, Romanoff se puso de pie y caminó por el corto pasillo hacia la cocina sin molestarse en encender las luces.

La rusa encendió la cafetera y esperó en silencio en medio de la oscuridad con sus manos sobre la barra, su cabeza baja y sus ojos cerrados que parecían que todavía no se habían recuperado de la luz natural del exterior.

El sonido del elevador, las puertas metálicas de este abriéndose y posteriormente el sonido de pasos acercándose a su dirección, hicieron que la pelirroja levantará su cabeza e intentara no verse tan mal como se sentía.

—¿Por qué está tan oscuro aquí? —se quejó Clint.

—F.R.I.D.A.Y., enciende las luces —ordenó María.

—¿Nat no debería de estar por aquí? —preguntó Wanda, siendo la primera en entrar a la cocina y casi llevarse un susto de muerte al ver a la espía ahí cuando las luces se encendieron—. Dios, Nat, no uses tus habilidades ninja tan temprano.

—Soy una espía, no un ninja —corrigió Romanoff mientras sacaba tazas de la alacena.

—Aunque una vez venció a un ninja —añadió Barton con una sonrisa orgullosa.

—¿En serio? —cuestionó Sam emocionado—. ¿Cuándo sucedió eso?

—Tokio, estábamos en... —el arquero se quedó en silencio al notar la mirada de reproche de Hill porque, por supuesto, esa misión era clasificada—. ¿Sabes qué? Acabo de recordar que no fue tan genial, el otro sujeto ni siquiera estaba vestido como un ninja.

—No fue tan genial porque te clavó una shuriken en el hombro —señaló Natasha con un tono burlón—; ni siquiera lo viste venir.

—Se supone que teníamos a tres agentes detrás de nosotros, así que ellos debieron ser quienes nos cuidaran las espaldas y no yo —argumentó Clint.

—Eran agentes novatos, fue tu culpa por confiar en ellos.

Barton se acercó a su mejor amiga para tomar algunos utensilios para comenzar a preparar el desayuno—. Bueno, perdón por intentar ser un buen entrenador que... —el arquero se quedó abruptamente en silencio cuando su mirada se encontró con las manos de la espía junto a él; la piel era tan pálida que casi podía camuflarse con la taza blanca que sostenía—. ¿'Tasha? —exclamó con preocupación, alzando su mano para apartar el cabello pelirrojo del perfil del rostro de la rusa y poder verla mejor—. ¿Te sientes bien? —preguntó, aunque no esperó una respuesta y sólo colocó su mano sobre la frente de Romanoff para poder sentir su temperatura—. Por Dios, estás casi congelada.

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