Capítulo 7

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Iván.

Nos estamos conociendo para ser amigos.

No sé por qué, pero esa maldita frase sigue rondando en mi cabeza.

Estoy en la hacienda ya trajeron los nuevos carros. Un Lamborghini y un Ferrari. Están bien chingones y ya quiero ir a probarlos, pero primero necesito saber de una pista donde calarlos y necesito desayunar.

— Buenos días—saludo cuando entro.

— Buenos días joven, ¿Qué le sirvo? Leche, café, té.

La cocina está vacía, solo estamos Tonchita y yo.

— Un café, —me siento— y un pan si tiene.

— Claro que sí.

Se adentra en la cocina buscando un jarro y la panera.

— Buenos días nana —se escucha en la puerta

— Buenos días mi niña —me entrega mi café y pone enfrente la panera— ¿Isabel todavía no se levanta?

— Creo que no, no lo sé, aun no subo al cuarto.

— ¿Está bueno el café joven? —se dirige a mí.

— Si muy rico la verdad.

La vaquerita se sienta junto a mí y me dedica una sonrisa, es muy tierna la niña.

— Niña donde están tus modales —la regaña Tonchita— se dice buenos días.

— Es que ya nos saludamos —explica.

— Así, ¿Dónde?

— En las caballerizas, —la defiendo— fui a curiosear y me la encontré.

— Me parece perfecto que se lleven bien.

Tonchita le entrega un jarro con leche y le pone enfrente un bote de Chocomilk y una cuchara.

— Aquí está el pan—señala la panera.

— Gracias nana

— Bueno, voy por mi mandil para hacer la comida.

Estoy mirando de reojo a la vaquerita, se me hace muy guapa, y mi mente comienza a divagar con ella desnuda, sé que está mal, así que aparto de mi mente esa imagen y me quedo con la que estoy viendo ahorita, es una niña tierna, un pitufo, dijera Ovidio, supongo que no pasa de los 1.65 metros. El desayuno transcurre tranquilo, con un par de miradas por parte de ambos, hasta que...

— Buenos días— Isabel grita desde la puerta.

— Buenos días— digo de mala gana.

— Por qué no me despertaste para acompañarte —se dirige a la vaquerita—¿y Tonchita?

— Ahorita viene, si quieres desayuno sírvete.

Quien puede ser amiga de Isabel, es una morra castrosa, es demasiado alegre y castrosa para mi gusto, pero cada quien elige a las amigas que quiere.

— No sabía que estabas de malas, —Isabel busca un jarro y se sirve leche— se te quita con nuestro paseo diario.

— Ya fui—la vaquerita se mete un pedazo de pan en la boca.

Termino mi desayuno, quiero salir de aquí pero primero necesito saber si Isabel es la misma Isabel que cuido José. Soy un chismoso, lo sé.

— Oye Isa, —me meto en su conversación— ¿tú vives aquí?

Las dos me miran desconcertadas, pero ninguna me responde.

Entre la vida y la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora