En palabras y tinta...

49 10 5
                                    

Alba.

Llego a casa y Adara me recibe en la sala, estoy muerta de sueño pero no he tenido la oportunidad de preguntarle como está.

—Hola, ¿dónde estabas? –pregunta–

—Fuí a dar una vuelta con Piero ¿y tú?

—Ah, yo llegué hace rato, fuí por un café con Luca y en el lugar Paul se nos unió. –me cuenta–

—¿Y como estás?, no hablamos en todo el día.

—Bien, al principio del día estaba más sensible pero ya pasó, no te preocupes. –me sonríe–

—Me alegro, hoy ya me dieron el alta definitiva –le cuento feliz–

—Oye, eso es genial. Me siento orgullosa de tí, de verdad. –dice y se le empañan los ojos–

—Aaay pero no llores, es una buena noticia Addie. –la abrazo y solloza en mi pecho–

—Lo sé y estoy tan feliz por tí de que lo hayas superado, es solo que tuve mucho miedo de perderte y quedarme sola. –dice entre llorisqueos–

—Ya pasó y lo siento mucho, te quiero. –trato de calmarla–

—Yo también. –se limpia las lagrimas–

—¿Y papá? –pregunto cuando deja de llorar–

—Llego hace rato y entro a la oficina de mamá con muchas cajas grandes. –me cuenta–

—Es raro. Oye ¿y si dormimos juntas? –propongo–

—De acuerdo, ve subiendo y yo voy por comida.

Subo a mi habitación pero primero paso por la oficina, pego el oído en la puerta y escucho como mueven los muebles dentro del lugar. ¿Qué está haciendo? Prefiero seguir y paso directamente a ducharme.

—¡Albaaa, sal ya o me comeré todo sola! –me grita mi hermana cansada de esperarme–

—Ya estoy, deja de gritar maldita loca. –la calmo– Pasame las papas.

Vemos una película como antes y se duerme en la mitad. Núnca las termina de ver y se enoja si la termino sin ella así que opto por apagar la televisión y me duermo.

—Oye Alba... –escucho una voz a lo lejos pero prefiero ignorarla y seguir durmiendo–

—¿Por qué tienes el sueño tan pesado? –¿por qué no te callas?–

Por un momento siento que la voz se calla pero la paz dura poco cuando de repente me jalan el cabello y abro los ojos.

—¿Papá? –pregunto lo obvio– ¿Todo está bien?

—Ven conmigo, te quiero mostrar algo. –se levanta y me espera en la puerta–

Me levanto con pereza y lo sigo, logro ver que el reloj del pasillo marca las 04:15 de la madrugada. Me guía hasta la oficina de hace rato y abre la puerta entrando primero, me indica que haga lo mismo y lo miro confundida.

—¿Que hacemos aquí? –no nos ha dejado entrar desde que mamá murió y se me hace raro que sea él quién me traiga–

Miro el lugar y veo que no hay nada de la antigua oficina, ahora hay un escritorio con una antigua maquina de escribir, muebles nuevos y varías cajas apiladas.

—¿Recuerdas que te dije que solía escribir? –me limito a asentir– bueno, busqué los diarios que tenía para enseñarte y creí que ya era hora de darle una mejor utilidad a esta habitación.

—¿Y esa utilidad es...? –estoy en otro planeta o me está hablando en otro idioma porque no entiendo nada de lo que me dice–

—Tu lugar para escribir. Mira, estos son los diarios y hay uno que otro cuaderno más en los que anotaba lo que se me ocurría. Esta máquina es genial, me la obsequió tu abuelo a mis 18 años y de verdad es una maravilla escribir en ella –me dice con mucho entusiasmo– Si no la sabes usar puedo enseñarte, si quieres... –aclara cuando ve mi cara–

No tengo esta cara porque no me agrade la idea, de hecho es porque la amo y estoy sorprendida de que él haya hecho todo esto para mí.

—¡ESTO ES GENIAL, SIEMPRE QUISE UNA DE ESTAS! –digo señalando la antigüedad– Claro que quiero que me enseñes.

—Perfecto, trae otra silla del comedor y dos tazas de café. Yo prepararé todo, no te tardes... –lo corto con un inesperado abrazo y él corresponde el gesto, se siente bien hacerlo de nuevo–

Bajo corriendo las escaleras, pongo la cafetera y voy por la silla, una vez todo listo subo con cuidado de no derramar el líquido caliente.

—Sientate aquí y dame esa a mí. Pero primero, déjame leer lo que tienes. –le paso mi libreta y él me da una de las suyas–

Nos ponemos a leer lo que el otro escribió mientras bebemos nuestros cafés, suelto una que otra risita logrando que me mire y de vez en cuando alzo mi vista para ver sus expresiones. Me sorprende que se limpie una lágrima, es el diario de mi recuperación y entiendo que sea difícil para él saber que pasaba por mi mente en esos días.

—Terminé, ¿ya podemos ver lo de la máquina? –pido y él acepta–

—Lo primero que tienes que hacer es colocar el papel en el rodillo así, –me muestra como– y luego solo escribes. Cada que se termine la línea y debas de pasar a la próxima tienes que correr el carro hacía la izquierda. Mientras más fuerte presiones la tecla más fuerte será el sello en la hoja.

—Entiendo, veamos que tal. –empiezo con la primera línea y es grandioso–

—¡ESO! –se emociona– Oye pero más despacio, esto no trae tecla de retroceso, si te equivocas ahí queda.

Hago caso y se sienta a mi lado viendo como lo hago, me da ideas y las estampo en el papel. Este es un momento que no solo quedará guardado en mi mente, también lo hará de la forma que más amo.
En palabras y tinta.

Nos reímos a carcajadas de lo que ponemos y el sol ya entra por el enorme ventanal que tenemos en frente. Adara se asoma en bata y nos mira raro.

—¿Qué les pasa? –pregunta preocupada– Me desperté por sus risas y sin ofender, si eso pasa es señal suficiente para alarmarme.

—Estabamos escribiendo, papá me levantó en la madrugada para mostrarme este lugar, ahora lo usaré para escribir ¿no es genial? –digo emocionada y el hombre que está a mi lado la mira de la misma forma–

—¿Eso significa que ya no habrán más hojas tiradas por toda la casa? –inquiere–

—Creo que si pero, ¿escuchaste lo otro que te dije?

—¡NO PERO SI NO HABRÁN MÁS HOJAS SOY FELIZ! –exclama la menor dejandose caer en el sillón de la esquina–

—Papá esto es grandioso de verdad y me gustaría quedarme el resto del día haciéndolo pero tenemos clases en una hora. –le digo–

—Lo sé, vayan a alistarse y las llevo.

—Bien, te vemos abajo. –aviso y salimos de mi nueva oficina–

—Oye, –Addie me toma del hombro– me alegra verlos así nuevamente.

Le sonrío y entro a mi habitación para arreglarme, una vez lista bajo y mi hermana ya me está esperando.

—¿Y papá? –pregunto preocupada por la hora–

—Ni idea, no está aquí. –me dice encogiendose de hombros–

Subo hasta la oficina y lo veo dormido en el sillón, cierro las cortinas para que el lugar quede oscuro y lo tapo con una manta, deposito un leve beso en su cabeza y bajo nuevamente.

—Se quedó dormido arriba. –le aviso a mi hermana– Yo conduzco, vamonos.

Salimos y una vez en el instituto me encuentro con mis amigos, tengo mi primera clase con ellos y cuando termina me encuentro con Piero en la cafetería.

—¿A que se debe tu sonrisa? –pregunta el italiano–

—A la vida. –respondo– ¿Y la tuya?

—A tí.

No me olvides... (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora