La mansión de Horacio era demasiado grande para una sola persona, y el de cresta lo sabía. Lo sabía, pero no encontraba el valor para volver a casa y encontrarse con Volkov. A pesar de que le habían informado de la puñalada causada por Carlo, no se sentía preparado para enfrentar todo aquello que estaba aplazando.
Sus sentimientos en conjunto con la situación que estaban viviendo no eran una buena combinación. Era inevitable el sofocarse entre tanto estrés, y es que antes realmente no le hubiese importado, pero ahora había alguien esperándole en casa y temía no cumplir con las expectativas.
Se había mostrado fuerte por demasiado tiempo, las personas de su alrededor iban y venían por lo que no sabía cómo actuar ahora que alguien tan querido para él vivía en su hogar. Y sabía que tenerlo en casa era un deseo egoísta, que bien el ruso podía volver a su país, sin embargo, este había aceptado quedarse para ayudarlo. No lo merecía, de cierta forma su mente autodestructiva buscaba maneras de hacer que el peligris se fuera de su lado. Le había gastado bromas, pero al mayor parecía no importarle.
Lo que estaba haciendo ahora era también parte de su plan, el no volver a casa por más de una semana parecía ser un motivo fuerte para que Volkov se fuera. Era lógico ¿no?, Horacio no estaba ni un poco cerca de la estabilidad y Viktor no merecía estar ahí. Además de que su estancia volvía todo más complicado, ahora no era aquel joven alegre que se hubiese desmayado con la simple presencia del mayor.
Estar con Horacio era difícil, y él más que nadie lo sabía.
Inevitablemente, el antiguo comisario habitaba en su mente más de lo que le gustaría. A pesar sus intentos desesperados por sacarlo de su cabeza, siempre volvía. Todos los caminos terminaban por llevarlo al hombre de ascendencia rusa.
Lo imaginó adolorido, removiéndose entre las sábanas, inquieto. La ligera luz de la luna reflejando en sus hebras plateadas y parte de su pálido rostro. Sintió pena, y un bufido se escapó de sus labios denotando su molestia.
No podía hacerle eso, y aunque era contradictorio consigo mismo la mayor parte del tiempo, tal vez lo ideal era volver a casa. Ducharse en la sede no era lo mismo, y necesitaba usar otra ropa que no fuese la habitual. Verlo también se había vuelto esencial, no iba a negarlo.
Pero se había mostrado reacio a la idea de seguir siendo tan vulnerable frente al ruso. Le parecía increíble que ese hombre aún tuviera la capacidad de hacerle sentir mariposas en el estómago, además de calmarlo cuando más lo necesitaba. Era su ancla a la realidad.
Manejó a casa con el peso de sus ojeras y pasado. La soledad en el coche y el ruido del motor eran un contraste desagradable, prefería seguir haciendo papeleo a estar sin compañía.
Su única motivación era que Volkov estaría en casa. No sabía qué le diría, no había situaciones suficientes para excusarse frente el ruso. Pero eso no le importaba tanto, solo quería llegar y ver su estado.
Obviamente se había preocupado por él, pero sus inseguridades eran más grandes, su miedo a guiarlo a una muerte era un pensamiento recurrente en su día a día. La prueba de que no era bueno para él estaba justo ahí, le habían apuñalado.
Sin pensarlo mucho, lo primero que hizo al llegar fue tomar una ducha. Estaba postergando el reencuentro con Volkov, evidentemente. Dejó que el agua tibia lo empapara, y masajeó su cuello, brazos y muslos queriendo deshacer la tensión que los envolvía.
Sin ser consciente del paso del tiempo, escuchó al ruso en su habitación gracias a que dejó la puerta del baño entreabierta.