Kioto

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Volkov recibió un mensaje media hora después de estar esperando al hombre de cresta, y el contenido de este lo alarmó tanto que lo hizo levantarse de inmediato. 

 "Lo siento, no sé qué me pasa pero no puedo ir".

Su corazón dio un vuelco, no porque lo haya dejado plantado, sino porque no deseaba ver a Horacio en esa situación tan dolorosa. Quería verlo bien. 

 "No te preocupes, Horacio. Iré para allá".

A pesar de que intentó que la cena fuera una distracción para Horacio después de lo que había ocurrido el día anterior, parecía que no fue lo adecuado. 

Inmediatamente habló con el mesero, pidiéndole el sushi para llevar y disculpándose por las molestias. Se sentía ansioso y quería ir a casa lo más rápido posible, pero sabía que lo ideal era llevar algo para cenar.

Se puso en camino tan pronto como pudo, pasándose todos los semáforos en rojo. Intentó eliminar cualquier pensamiento negativo de su mente, no quería pensar lo peor. Pero lo que vivió el día anterior era suficiente para atormentarlo; no había dormido bien y vigilaba cada paso que daba el moreno, temiendo perderlo en un descuido.

Aunque le costase decir lo que sentía, intentaba demostrarlo con acciones, cuidándolo tanto como el otro lo permitiese.

Salió apresurado del automóvil, abriendo la puerta con rapidez y no olvidando llevar la bolsa en la que cargaba la cena. Suspiró aliviado al encontrar a Horacio en pijama sentado en el sofá, mirando al televisor.

Tenía un rostro inexpresivo, parecía haber llorado momentos antes porque la máscara de pestañas que usaba estaba acumulada en la zona de ojeras. También pudo notar los párpados hinchados y sus ojos rojizos. No hubo necesidad de decir nada, después de colocar la comida en la mesita frente al sillón, se dedicaron a comer en silencio. Sus respiraciones eran calmadas, pero notorias a pesar del sonido que provenía de la televisión.

Cuando terminaron de cenar, Horacio miró al mayor, intentando hablar y fallando sin remedio. Viktor solo le sonrió levemente y decidió ser él quien lo hiciera. 

 – No te preocupes, Horacio – le dijo, tal y como lo había hecho en el mensaje – ¿quieres ir a dormir? Vamos arriba.

Un puchero apareció en la cara de Horacio, amenazando con soltar unas lágrimas. Solo pudo asentir y mirar al suelo, avergonzado por su comportamiento. No comprendía lo que sucedía, pero solo deseaba acabar con ello.

– Ven, ven – susurró Volkov apenas lo vio derramar la primera lágrima. Tal y como a una princesa, lo tomó en sus brazos, llevándolo a la segunda planta. El rostro sonrojado por el llanto se escondió en su cuello, buscando refugio.

– Tu habitación... – se escuchó salir suavemente de los labios del menor.

– ¿Quieres que te lleve a mi habitación? – preguntó comprensivo, entendiendo inmediatamente que el de cresta no deseaba estar solo.

– Por favor... – lo escuchó susurrar, intentando ocultar el quiebre que amenazaba con escaparse junto a su voz.

Asintió, entrando a su cuarto y colocando al menor en su cama, siempre siendo cuidadoso con su cuerpo. Este se acomodó de inmediato y soltó un suspiro de relajación. Viktor fue a la otra habitación buscando unas toallas húmedas, cuando por fin las tuvo en su posesión, volvió hacia donde estaba Horacio. Se encargó de limpiar su rostro y así eliminar cualquier resto de maquillaje que pudiese quedar. Lo arropó con delicadeza, y lo admiró por unos minutos. Físicamente se veía tan rudo, pero al verlo en esa cama era capaz de percibir lo vulnerable que se encontraba.

Y aunque era doloroso, se quedaría.

No quería precipitarse a nada, lo importante era que estaban ahí, juntos. No iba a permitir que se derrumbara y encontrarían las respuestas que el menor tanto deseaba, estaba ahí para él. No importaba que su luz se hubiese apagado hace mucho, haría lo que estuviera a su alcance para encenderlo nuevamente y así maravillarse otra vez con su claridad. Lo esperaría y apoyaría toda la vida mientras el otro lo permitiera.

Pero en ese momento, solo podía acompañarlo; por ello, después de colocarse su pijama, se recostó a su lado manteniendo una distancia prudente y se dedicó a mirarlo descansar.

Incluso mientras dormía podía observar cierta tristeza en la expresión relajada. Él se encargaría de guiarlo en el proceso de sanación, ya no había dudas en su interior, y ese día más que nunca, deseaba quedarse a su lado.

ONE SHOTS | VOLKACIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora