Verle frente a él era como mirar a las estrellas más grandes y brillantes del cielo. A pesar de haber conocido a tantas personas, Horacio era lo más admirable para esos orbes azules. El solo mirarlo era un privilegio.
La simpleza con la que el moreno aceleraba su corazón era para sorprender. Todo Horacio era luz, sol, calidez y bienestar. Horacio era la oportunidad de amar y avanzar.
Su existencia fue la razón por la que volvió, y por la que cambió calendarios con una pequeña esperanza en su ser. Fue motivo para cambiar y mejorar.
El amor y aprecio hacia el más joven se había cocinado a fuego lento y con algunas dificultades al principio. Estas últimas haciéndose presentes principalmente por su terquedad y su falta de experiencia en algo tan íntimo como lo era querer.
Estaba a punto de sacar sus sentimientos, que estaban en el punto exacto de cocción. La ambientación era la correcta para ambos, ahora que habían logrado escapar del infierno al que habían estado sometidos.
Ahora que las nubes grises dejaron de nublar su mente era la ocasión adecuada para aceptar que merecían un nuevo comienzo.
Porque después de todo, eran solo dos hombres que habían vivido mucho tanto juntos como por separado, y ya era momento para librarse de los pesados grilletes que antes no les permitían avanzar.
Maletas vacías, manos casi rozándose y los corazones queriendo escapar de la cárcel en la que habían estado todos esos años. El silencio era la muestra de que todo iría bien, porque había paz. Porque eran solo ellos.
El camino era desconocido pero anhelado por ambos; las rocas y desviaciones habían parado por fin, ahora podían disfrutar de la suave brisa que acariciaba los cuerpos cansados recién salidos de la guerra.
Guiados por una luz alentadora es como escaparon y encontraron su hogar en cualquier país en donde estuvieran juntos. Porque comprendían que su casa era donde estaba el otro.
Porque dentro de las dificultades, mutuamente habían significado un reto y la salida hacia la libertad al mismo tiempo. Costó superarse como desafío, pero como camino hacia la libertad fueron la guía perfecta.
Habían sido tormenta, pero una que les llevó al final del arcoíris. Tal vez era cierto, después de la tormenta venía la calma.
Sin arrepentimientos, miedos o excusas, tomaron sus manos y juntos emprendieron el viaje que era amar. Ya no había nada que retrasara aquel comienzo que habían ansiado desde el momento del reencuentro.