Después de la sesión de terapia, los recuerdos de su infancia durante las navidades abundaban en su mente. No había ni un brillo mínimo en su memoria que le pronosticara algún momento feliz. Simplemente no existía.
La conversación con aquella mujer daba vueltas hasta marearlo, y le generaba un malestar tener su pasado tan vívido en ese nuevo presente. Aquel que apenas estaba comprendiendo.
Las ganas de luchar, de seguir adelante... se esfumaban tal y como sus recuerdos lo hicieron en su momento. Pero a pesar de desaparecer, esa mansión le avivaba algo en su mente y pecho. Algo desconocido.
No se trataba de los lujos de ese lugar, ni de su nueva habitación. Había algo, que, incluso en ese momento donde se estaba hundiendo, le hacía salir a flote.
Se adentró a su vivienda, y, por primera vez desde que estuvo en ese lugar, se permitió sentarse junto al pino que le susurraba melodías navideñas. Era amargo estar ahí con esa música que no le permitía olvidar sus orígenes. Sin embargo, se permitió estar en la sala por un buen rato.
Con cada nota de cada canción se veía envuelto en Rusia. El frío tan familiar, su pequeña casa y los desgastados muebles que la componían. Su hermana haciendo lo posible para que sus hermanos no presenciaran a su padre borracho destruyendo los pequeños adornos que su madre ponía a escondidas con mucho esfuerzo.
Viktor igualmente lo notaba. Podía escuchar cómo las esferas y piezas de madera crujían bajo la suela del zapato de aquel hombre que se hacía llamar "papá". Con cada destrozo, se rompían aquellos pequeños que se abrazaban buscando seguridad y bienestar.
Como si se tratase de un viaje en avión, voló de recuerdo en recuerdo. Cada uno más doloroso.
Llantos, moretones en sus pieles blanquecinas, y, ojos confundidos y agotados. Volkov, sentado en ese sillón, podía jurar que su piel dolía a pesar del paso de los años. Aún dolían los golpes. Dolían los recuerdos.
Pero peor que recordar todo aquello, era saber que existían otras cosas que no podía revivir en su memoria aunque lo intentara. Era como bajar al sótano a buscar algo que, aunque sabes que está ahí, no puedes encontrar porque la luz no funciona ahí abajo, por más que jales del cordón para obligarla a hacerlo.
Era como huir de su padre cuando quería reprenderlo, cuando lo perseguía por la casa con el cinturón en la mano, con el aliento permanente a alcohol gritándole que se detuviera.
Era como perder a cada persona que quería.
Era como... su vida.
¿Cómo podía salir de aquello? ¿Cómo podía... ser feliz? Todas esas conversaciones actuales en las que se le repetía una y otra, y otra, y otra vez que no era el Volkov que ellos conocían.
¿Quién era Volkov, entonces? ¿Qué situaciones, circunstancias, vivencias, le orillaron a ver la vida con esperanza otra vez? ¿Por qué todos parecían conocerlo?
Si él mismo no estaba seguro de saber quién era.
El viento aulló en el exterior de la casa; cualquier persona diría que se trataba del sonido típico que hacen las ráfagas de este, pero Viktor Volkov podría jurar que era el universo pidiéndole que dejara de pensar en aquello. Era él, rogándole que se diera tiempo.
Y se lo dio, al menos en ese instante se permitió ser arrullado por el sonido navideño y el calor hogareño; cuando menos lo pensó, había caído en un profundo sueño en aquel gran sofá.
**
– Volkov... Volkov. – Un susurro. Una caricia tan suave en su oído que le hizo abrir sus ojos lentamente. – Hola, ¿dormiste bien? No pensé que podrías dormir en el sofá.
Inmediatamente reconoció la voz de su jefe, su... compañero de piso. Su "persona cercana". Se tragó un bostezo y, como pudo, se acomodó de mejor manera en el mueble, sentándose finalmente.
– Priviet, Horacio. No... era mi intención quedarme dormido, fue completamente accidental. – Se excusó, aunque por la expresión del otro concluyó que no había porqué hacerlo. No estaba molesto, aquella sonrisa lo delataba.
– Ya... ¿Y... tienes hambre?
El estómago de Volkov habló antes de que el propio ruso pudiera hacerlo. Ambos rieron por el sonido, y Horacio salió lentamente de la sala mientras agregaba:
– Ya veo que sí, te voy a servir una sopa que compré antes de volver. Si- si no te gusta podemos cocinar algo...
– Gracias, Horacio- no, no creo que sea necesario cocinar otra cosa.
Se puso de pie, aún aturdido por la siesta y el velo de los recuerdos de su infancia cubriéndole la mente. A pesar de la negatividad en toda su vida, e incluso si no recordaba nada en ese preciso momento, algo le hizo mirar al árbol con menos odio que antes.
Tal vez no recordaba nada, y a lo mejor no volvería a hacerlo. Pero en ese instante supo que la compañía de Horacio era agradable, y que formar nuevos recuerdos de esa festividad no vendrían mal.
"No sé por lo que hemos pasado, pero... se siente bien estar aquí, de pronto esta melodía ya no es tan molesta como antes".

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ONE SHOTS | VOLKACIO
Fiksi PenggemarHistorias individuales sobre Volkacio, bastante cortas.