Capítulo 3

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—¿Vez eso? — Señaló con el índice— Aquella planta con las tiras verdes

—Sí

—Dime, ¿Qué forma crees que tienen?

—Como una...una, ¿medusa?

—Exacto hijo, eso que vez, es la medusa de montaña— Acarició su cabeza— Dime, ¿Quieres algunas? Tu madre las hace excelentes— Sonrió.

—Sí— Contestó alegre enseñando sus pequeños colmillos recién salidos.

A lo lejos, una mujer veía a su esposo e hijo junto a una barranca, mientras ella recolectaba algunas plantas que podía usar en la cocina, o de manera médica, la familia había ido a explorar un poco el bosque que rodeaba al pueblo donde criaban a su pequeño hijo, estaban a mediados de la primavera, así que era buen tiempo para andar entre la naturaleza que se resguardaba entre los árboles, con el agradable olor a tierra húmeda y el rocío adornando los arbustos y las hojas de los mismos después de las lluvias, no había sol, pero no dejaba de ser hermoso, y la familia no dudó en ir a una de las montañas. Aquella mujer sonreía al verlos tan unidos, la imagen del aprendizaje de padre a hijo, no podía pedir un momento más feliz, pero algo se distorsionó, sentía su piel erizada, creía que era por el frío, pero no podía evitar sentir que algo no estaba bien, la mujer miró hacia su familia nuevamente preocupada, revisando que no les pasará nada estando tan cerca de un lugar peligroso, pero entonces, vio que su hijo esperaba en la orilla del barranco, y su esposo estaba colgando de unas rocas, siendo sostenido por una cuerda en su cintura, que estaba atada en un árbol, tratando de alcanzar las medusas de montaña, como le había prometido, estaba acostumbrada a que él siempre estuviera haciendo todo tipo de cosas que lo herían físicamente, y ella estaba ahí para curar sus heridas, pero siempre con el temor de que no curaría su ausencia si algo le llegaba a pasar. El fuerte hombre iba acercándose a aquellas plantas, estaba a unos centímetros por llegar, era alguien con una ideología de ser valiente, y que haría todo por su familia, incluso si quieren unas plantas que están peligrosamente cerca del vacío de un barranco, confiaban en su astucia, nunca tenía miedo, o eso es lo que demostraba en el exterior, pero por dentro, sus huesos temblaban bajo la carne, su más grande miedo, era no ver a su hijo y su esposa, su más sagrado tesoro, aquel hombre miraba a su hijo de vez en cuando, haciéndole sonrisas para que no se preocupara, estaba seguro de no fallar, pero al mismo tiempo, sabía que su vida pendía de un hilo, y ese hilo, era la soga que lo sostenía. Sentía el sudor de su frente bajo su fleco molestarle, al igual que el viento frío soplando fuertemente, en un momento, al pasar otra roca, su pie resbaló, haciendo que se desequilibrara.

—¡Papá! — Gritó el niño asustado.

El hombre fue oportuno y se sostuvo de otra roca, sonrió y rió por su suerte, miró a su hijo otra vez para tranquilizarlo, la mujer no dejaba de tomar la canasta con fuerza, apretando sus dientes por los nervios, estaba tan atenta a su esposo e hijo, pero de pronto algo la sacó de esos pensamientos, algo molesto, pronto se dio cuenta de que eran unos pasos corriendo, volteó de inmediato, y no vio más que una sombra pasar entre los árboles, era tan rápida que le había sido difícil reconocer a alguien, pero se confundió más al recordar que, sólo los tres habían ido a esa montaña, mientras trataba de resolver aquello, escuchó un fuerte grito, miró a su esposo, este había perdido el equilibrio nuevamente, además de que la soga se soltó del árbol, y de un momento a otro, él cayó al vacío del barranco.

—¡KEIICHIROU! — Gritó al ver a su esposo caer.

La mujer soltó la canasta, dejándola caer al piso y corrió lo más que pudo, pero mientras más rápido intentaba llegar, los segundos le parecían una eternidad, debajo de su fleco empezaron a brotar lágrimas, y su corazón latía fuertemente, le partía el alma escuchar a su hijo llamar a su padre. Ella llegó por fin a la orilla del barranco, y abrazó a su hijo, alejándolo de ahí, pues también estaba por caer, no dejaba de llamarlo, y ella tampoco dejaba de decir su nombre, el pequeño se hundió en el pecho de su madre y sollozó, como nunca lo había hecho, la madre, a pesar de estar en su dolor, aún seguía atenta sobre lo que pasaba a su alrededor, y no vio más que una sombra a lo lejos detrás de un árbol, con esos ojos, esos ojos que jamás olvidaría en su vida.

A la Luz de las Velas [Chinchikurin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora