Capítulo 3

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¡Piribiribi! ¡Piribiribi! ¡¡¡Piribiribi!!!

   - Ohh…madre mía, cállate ya y déjame dorm… - Un momento ¿Qué estoy diciendo? ¡Tengo que levantarme ya! Hoy es el día, ¿Qué hora es? Mierda, mierda, si no me doy prisa pierdo el tren.

Mientras me hago la coleta observo mi reflejo en el espejo del baño. Se supone que hoy debo dar buena impresión y todo eso, pero llevo la misma pinta de siempre. De hecho, las pecas que invadieron ayer mi cara continúan ahí, y mi pelo castaño tiene más brillos anaranjados de lo normal debido al sol. De todas formas, mi intención no se basa en ser la chica guapa que se preocupa por su aspecto, así nadie me va a tomar en serio. Quiero ser una buena luchadora. Quiero que mis ojos verdes reflejen mi determinación, voy a conseguir mis metas. Así que me cepillo los dientes a toda prisa y antes de salir, hecho un rápido vistazo a mi apartamento. Es pequeño y acogedor, pero no es mi hogar. Aquí no tengo a nadie que me quiera, ni me vaya a echar de menos. Lanzo un beso, cierro la puerta y bajo corriendo las escaleras; cuando llego a la librería de Karl, golpeo el cristal y agito la mano a modo de despedida definitiva. Empieza a quejarse y a gritar desde el otro lado del cristal, probablemente del ruido, pero mientras me marcho veo por el rabillo del ojo que esboza una leve sonrisa y mira hacia abajo. Volveré a visitarte Karl, lo prometo.

A partir de ahora, comienzo a correr. Simplemente, me apetece coger velocidad, irme de aquí lo más rápido posible. Mis pies casi ni tocan el suelo y una sensación de alivio inunda mi cuerpo mientras me alejo…y llego a la estación. El tren ya está esperando, entro y observo el panorama. Tan solo hay un chico, sentado al final del vagón, que mira ausente por la ventana. Nuestra ciudad es la primera parada del recorrido, y como casi no hay población joven puede que este chico y yo seamos los únicos que se marchan a las tropas. Los demás deberán continuar el negocio de sus padres, o simplemente, han elegido la vida tranquila y monótona que se lleva por aquí.

No me apetece sentarme con nadie, así que me dirijo con mi bolsa hacia la parte delantera del vagón, donde hay cuatro asientos vacíos con una mesita en el centro. Así podre leer tranquila. Me acomodo en el asiento y miro disimuladamente al chico, sentado en la otra punta del vagón. Sigue mirando por la ventanilla, sin dar muestras de haberse percatado de mi presencia. Tiene el pelo rubio y largo. Algunos mechones despeinados le caen sobre la cara y no puedo ver sus ojos…parece atractivo. Mierda. Se ha girado de golpe y me está mirando. Bajo la mirada hacía mi bolsa de viaje y noto como se me suben los colores.

El tren arranca y echo un vistazo a la ciudad por última vez. Si, decididamente no lo voy a echar de menos, solo espero que todo les vaya bien a Martha y a Karl. Hablando de él, cojo el libro de la bolsa y lo abro. Por dentro está aún mas desgastado, y huele a papel viejo, me gusta. No parece un libro bíblico…está dividido en fechas. Es más bien como una especie de diario, pero sin estar escrito a mano. Comienza con una chica hablando en primera persona. Se llama Ángela, y no puedo evitar que se me escape una risita. Es gracioso. Leo un poco y Ángela empieza a hablar de su vida, no es nada especial, solo que… ¿Qué es eso? Un ruido interrumpe mi lectura. Me giro hacia la ventana y veo que ya hemos llegado a la ciudad capital del sector tres. Estuve aquí una vez, hace un año en una excursión con la escuela de mi ciudad, a la qué deje de ir hace bastante. La única diferencia con la mía es que es bastante más grande y tiene más población. Y ya. Por lo demás, igual de aburrida e incluso más vigilada. Las puertas se abren y entran dos chicas corriendo y montando escándalo. Se quedan un momento paradas, evaluando en qué sitio deberían sentarse. Susurran y se ríen de forma coqueta cuando ven al rubio de mi ciudad en la ventana. La chica más alta de las dos señala el asiento de delante de él, y se dirigen directas allí sin dejar de montar follón. Detrás de las chicas comienza a subir un montón de gente. Se nota que es la capital. Me llama la atención un chaval bajito y esmirriado, que carga con una maleta más grande que él y se dirige hacia mi zona. Antes de sentarse me echa un vistazo, y luego mira mi libro. Tapo el título con disimulo, toda precaución es poca, y se sienta en el asiento de enfrente de mí. Abre un compartimento de su maleta, saca un mp3 y se pone los cascos. Qué alivio que no quiera establecer una conversación ahora. Creo que nos vamos a llevar bien. Sigo mirando hacia la puerta, y no para de subirse gente. Es curioso, pero todos los chicos y chicas que entran lo hacen contentos, riendo  y alborotando. Su actitud no se parece en nada a la que tenemos el chico rubio y yo… quiero decir, vamos allí a luchar, ¿No? No a una verbena. Me revuelvo en el asiento inquieta. Hay algo que me da muy mala espina.

Hasta los ángeles caenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora