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A Draco Malfoy siempre le gustó su casa y la opulencia que desprendían todos y cada uno de sus muros. Podía sentir cómo la renombrada mansión perteneciente desde hacía generaciones a su familia desprendía toda la magia que en ella se escondía, rodeada del estilo gótico y pulcro a través de todos y cada uno de los escudos, cuadros, candelabros, cortinas y demás objetos poderosos y bellos de los cuales a su familia le encantaba siempre presumir. Además de eso, cuando el chico estaba en el colegio no paraba de pensar en los planes que tenía preparados para las siguientes vacaciones en su casa, con sus fiestas y reuniones secretas, rodeado de amigos poderosos e influyentes... En su casa siempre fue un príncipe, sentía comodidad y plenitud.

Era su hogar y su fortaleza.

Un paraíso.

Solo había un lugar de la mansión al que el joven Malfoy no se acercaba sin contar las cocinas, ya que ese era territorio exclusivo de sus elfos domésticos y sentía que ahí no se le había perdido nada el sótano le provocaba mucha tensión y desconcierto... Sabía que antiguamente en él la familia aprovechaba el espacio para practicar todo tipo de magia, a la vez que en ocasiones mantenían cautivos a sus criados y se castigaba allí a todo tipo de transeúntes, tanto si tenían intenciones de robar como si no. Y si resultaba que capturaban a un sangre sucia... no permanecía mucho tiempo entre esas paredes, pero tampoco salían siendo los que eran. La familia siempre quiso que en toda la mansión reinara la pulcritud, y en ese sentido hasta la sangre debía ser la más limpia y digna.

Había que guardar las apariencias.

Para Draco había mucha exageración en cuanto algunos hábitos y tradiciones que se decía que seguían en su casa y en cuanto a otros, daba por sentado que era otra época e incluso pensaba que no estaba mal traer de vuelta algunas viejas costumbres, unas por que las consideraba naturales y otras solo por diversión... Hasta que se vio sorprendido con la visita del Señor Tenebroso anunciando que había decidido hacer de la mansión uno de sus refugios. Desde ese día para el joven comenzó un reinado de terror en el que había sido su lugar preferido del mundo. Ahora para él todas las estancias eran como el sótano, las paredes tenían otros oídos y el sobrio ambiente de majestuosidad se llenó de sombras tenebrosas.

Debía sentirse satisfecho. Había conseguido acercarse a ese mundo que tanto le atraía y para el que le habían educado. Era uno de ellos... El orgullo de su padre, pero se había imaginado todo ese mundo de otra forma, pensaba que sería el dueño de sus actos, pero no era así desde hacía ya mucho, desde que la marca tenebrosa se impregnó en su piel la emoción y el deseo de ese mundo se fue nublando. Nada de eso era un juego y ya había visto morir a demasiada gente.

Lo peor era que tanto él como sus padres se sentían en constante observación, el señor Tenebroso les evaluaba continuamente, les perseguía de forma sibilina. El chico ya no se sentía a gusto ni en su propio dormitorio y las pesadillas aumentaban.

Estaba en su casa pero ya no era nadie, ni él ni sus padres, solo títeres que rendían pleitesía al heredero de Slytherin.

Uno de los días más fríos de diciembre, su señor oscuro les convocó en otra de sus frecuentes reuniones para tratar el seguimiento que estaban haciendo a la hora de dar con el paradero de Potter y sobre cómo los mortífagos estaban tomando cada vez a más velocidad el control del Ministerio. Pero para sorpresa de Draco, no se esperaba que se comentara que finalmente por esas fechas se sospechaba que Potter podía regresar al castillo en busca de algo poderoso que le sirviera de arma contra Voldemort. Para estar seguros, se decidió que los mortifagos inspeccionaran el tren que iba de regreso a Londres esa semana y así poder tratar de tender una emboscada a algún sospechoso seguidor de la causa del niño que vivió.

Ranas de chocolate (Druna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora