Tierras Blancas

4- Un simple curandero

Una tienda de color olivo, arrimada a un muro de piedra de la montaña, su techo cubierto por paja y barro, tenuemente hundida en la tierra, las grandes rocas a los costados sirven de muros y una leve sección se encuentra dentro de una cueva natural, dentro hay una hoguera y dos baúles de madera vacíos. Las otras viviendas alrededor parecen también ser usadas por foráneos, hay algunos como Yuuri, pero la gran mayoría se parece a Chris o Jean, que conocieron en el barco; hombres y mujeres que tienen aquellos distintivos ojos claros, pero la piel y/o el cabello dista de los barbaros de aves blancas.

— Esta será su tienda, la mía esta en ese sector— Le indica Otabek mostrando algunas que están protegidas por arboles intervenidos y muros construidos de piedra— Todos trabajan en este pueblo, solo los niños son apartados y dejados en la construcción más al sur... 

— ¿La grande junto a las cosechas?— Pregunta Gigen. 

— Si, la mayoría de las mujeres trabajan en ellas o dentro de la construcción haciendo tejidos, cocinando o tratando pieles, a aquel lugar le llamamos Massin... 

— Están los ancianos y los niños— Apunta Yuuri habiendo entendido el termino, Otabek asiente— ¿Trabajare con los enfermos?

— Aún no lo decidimos, más que solo ser un monje, dijiste que tratabas heridas ¿Verdad?

— Sí, solía ir por las hierbas y necesario para hacer medicina, también trataba enfermos... 

— Eso es bueno de oír— Interrumpe Yuri, aferrándose al cuello de Beka— ¿Eso quiere decir que puedes manejar un arma? Supongo que no te enviarían a recolectar solo con una oz y tus manos. 

— Puedo usar el arco— Incluso Gigen parece sorprendida de escuchar aquello— No soy muy bueno en ello, pero lo se usar— Yuri sonrío, algo de como aquel chico hablaba le daba cierta confianza— Desde que llegué a Yuixia, no he usado uno, pero supongo que aún poder...

— Bien... cuando sanes tus manos, exploraras con nosotros— Otabek no pareció de acuerdo con el rubio, pero no dijo nada, el oso de hierro era conocido por respaldar a su compañero de forma inamovible, así que a pesar de ese descontento, asintió a su superior— ¿Esta es la tienda que les asignaron? — Otabek simplemente asintió— Les traeré algunas cosas, no tendrán nada dentro de ese lugar. 

Yuri tenia razón, además de los baúles y la hoguera, solo una lampara de aceite y una pala se encontraban dentro del lugar. El suelo de tierra estaba seco, el techo parecía no tener fisuras, las paredes eran firmes y las ventanas del ancho suficiente para darle ventilación a lo que sería su nuevo hogar. 

— Si quieren comprar o construir cosas, tendrán que ganárselas con sus propias manos... — Les informo Yuri.

— ¿Comprar? — Pregunto Gigen.

— Usan sistema de moneda, no trueque— Le indicó Yuuri a la rubia. Desde que había llegado con los primeros bárbaros, Yuuri no había visto ninguna moneda o cuenta entre los peliplatas, solo intercambios, él en sus bolsillos guarda a un yen con preciada nostalgia. En su pueblo natal se hacía una combinación de ambos sistemas dependiendo de con quién se trataba y qué estabas buscando.

Antes de que cayera la noche, Yuuri y Gigen se dedicaron a sacar corteza seca de los árboles, Yuuri ayudandose de una rama más gruesa para no herir sus manos más de lo que estaban; usaron aquellos trozos de corteza para recubrir el suelo junto con uno de los fardos de paja y heno que les había facilitado Otabek, usando otro para desbaratarlo ligeramente y usarlo de cama. Mientras que recolectaban las cortezas y recogían los fardos, varios otros lugareños se les acercaron a ayudar, todos ellos extranjeros o personas que habían llegado recientemente a la aldea, pues lo cierto, es que tanto Gigen como Yuuri, sintieron intensas miradas reprobatorias del resto del pueblo.