Capítulo Cinco: El Monje

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Unas manos firmes y desnudas, se aferraban a las grietas de la pared para poder desplazarse con cautela hasta la azotea del pequeño edificio

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Unas manos firmes y desnudas, se aferraban a las grietas de la pared para poder desplazarse con cautela hasta la azotea del pequeño edificio. «Relájate Bruce» pensaba al mismo tiempo que su pie resbalaba, provocándole un pequeño salto al corazón al pensar que caería. Era complicado trepar con aquel aparato estorboso y pesado a sus espaldas; pero, si caía, al menos su traje —con excepción de las botas— era rojo. Al llegar a la cornisa, Bruce apoyó primero su brazo derecho para poder así impulsarse y subir, descendiendo entonces al otro lado de sentón, con su peluca rubia caída en su regazo por el impulso. Un gruñido algo gutural emergió de su boca antes de que molesto tomara su peluca para acomodarla de nuevo en su cabeza. Bruce se puso de pie y caminó hasta la cornisa que estaba al frente, mirando al llegar una barbería al otro lado de la calle. Bruce dio un breve suspiro de nervios antes de dirigir su mano al cinturón de tonos amarillos en su cintura, donde emergía un pequeño hilo, el cual al jalarlo reveló que aquel aparato en su espalda, contenía unas alas artificiales similares a las de un murciélago que rápidamente se expandieron con gran esplendor, que al contraste con la luna llena a sus espaldas, formaba el símbolo que pronto —irónicamente— llevaría en el pecho. Un nuevo suspiro se abrió camino fuera de su boca al mismo tiempo que acomodaba su antifaz y volvía a buscar algo en su cinturón, esta vez una cuerda gruesa, la cual después de hacerle un nudo, arrojaría a un edificio que estaba al lado derecho de la barbería, logrando sujetarla después de varios intentos, saltando finalmente a la acción.

 Un nuevo suspiro se abrió camino fuera de su boca al mismo tiempo que acomodaba su antifaz y volvía a buscar algo en su cinturón, esta vez una cuerda gruesa, la cual después de hacerle un nudo, arrojaría a un edificio que estaba al lado derecho d...

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Al sentir que había acumulado el suficiente impulso, soltó la soga para finalmente planear como un verdadero murciélago; un hombre murciélago. A su vez, el dueño del local, ignorante de la escena tan bizarra detrás de su ventana, sólo se encontraba con escoba en manos, barriendo el resto de pelo del último cliente que había atendido bajo su talento; al menos hasta que Bruce atravesó de manera brusca el ventanal de su local, encorvándose como un ave al aterrizar. 

—Oiga, pero qué... —El intento de hablar del hombre fue rápidamente silenciado por un fuerte golpe de la dorsal derecha de Bruce a su quijada, el cual lo vio trastabillar de espaldas hasta caer inconsciente en una de las sillas. 

Otro suspiro emergió de Bruce antes de que se encaminara a la cabina de teléfonos de más al fondo. Pero al intentar entrar a la misma, sus alas extendidas chocaron con el marco de la entrada, provocando que se detuviera de manera abrupta. Gruñendo por su torpeza tomó de nuevo el hilo de su cinturón y lo jaló con intenciones de que las alas se contrajeran, mas pronto descubriría que la suerte no estaba de su lado, pues lo que sucedió fue que el ala derecha se contrajo de manera exitosa mientras la izquierda no. Al notarlo, Bruce jaló nuevamente el hilo, pero el ala se negaba a guardarse. Diez intentos y miradas de odio a su propia creación bastaron para que Wayne se rindiera y se resignara a entrar a la cabina de lado. Una vez adentro, marcó en el teléfono la numeración de uno, nueve, tres, tres, para posteriormente esperar sólo unos pocos segundos. Pronto escuchó como si hubiera un cerrojo al otro lado, el cual estuviera siendo abierto. No había tiempo que perder, así que rápidamente golpeó la pared con su hombro —como un jugador de football americano— para poder entrar de manera abrupta a un cuarto secreto..., o más bien, un bar secreto. Una vez adentro, se encontró con varios hombres bien vestidos en mesas circulares, con bebidas alcohólicas en tarros. 

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