Monstruo

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—Ya no quiero...

—Ya hablamos de esto Catra

—P-pero Shadow Weaver... me siento rara cuando las tomo...

—¡Tonterías! ¿Acaso ya no quieres a Adora? Quieres hacerle daño... ¿Es eso?

—¡N-no! ¡Yo la quiero mucho! ¡Nunca querría hacerle daño!

—¡Entonces deja de renegar como una chiquilla idiota y toma el maldito frasco!

La adolescente cogió con una mano el frasco que le extendía la hechicera, mientras la otra estaba fuertemente apretada en un puño, hincando las garras en su propia palma en un esfuerzo para resistir el torrente de frustradas lágrimas que querían salir.

Todo por culpa de esas píldoras.

Esas malditas pastillas que tomaba desde hace unos años

Desde que era más pequeña, más inocente...

Sabía qué había comenzado a cambiar desde que las tomaba, tanto que incluso a menudo no se sentía como ella misma.

A veces pasaba por periodos de agresividad inexplicable.

Otras por una desesperación interna que era casi asfixiante.

Y las pocas veces que se sentía emocionalmente estable,

debía luchar contra la tristeza, producto de la culpa de sus anteriores arranques.

Pero no, no volvería a llorar ante ella... y mucho menos correría el riesgo de dañar a la persona que más le importaba en esa inmunda vida que llevaba.

La única con quien pasaba momentos de dicha.

La que le daba un poco de esperanza a su existencia mísera.

La luz entre las tinieblas.

Se volteó y con la frente en alto comenzó a avanzar hasta la puerta, pero antes de salir aquella voz conocida, la misma que era fuente de su inadmitida miseria, llamó su atención.

—Recuerda que debes mantenerte controlada, Catra, porque eres una bestia salvaje e impulsiva. Un instintivo y peligroso monstruo.

Sin voltearse asintió, sintiendo como verdades inquebrantables a aquellas crueles palabras.

Una vez fuera del Recinto de la Hechicera se percató de una extraña humedad en la palma de la mano que no tenía el frasco y la levantó.

Con mirada vacía desapretó el puño y vio como el líquido carmesí brotaba de las marcas que sus propias garras habían dejado.

—Un monstruo... -susurró para sí.

No había mayor prueba, era una verdad irrefutable.

Si no quería que esa luz se extinguiera, debía seguir conteniéndose, limitándose.

No quería saber qué consecuencias acarrearía el no lograr controlarse.

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