Es tiempo de actuar

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Sangre.

Su sangre Bullía.

Y toda ella olía a sangre.

Pese al viento que golpeaba sin piedad su cuerpo, mientras a cuatro patas corría rumbo al bosque, el olor no se iba... ese maldito olor a sangre no se iba.

Y el frío contacto con el aire no hacía mella en su hirviente piel.

-

Sangre, estaba asqueada de la sangre.

Estaba horrorizada de que perteneciera a su novia.

Y estaba atemorizada de querer más.

No supo cuánto duró corriendo, podrían haber sido minutos u horas, todo se sentía tan atemporal. Los únicos dos actos de consciencia que recordaba habían sido parar el ataque a Adora y el querer dirigirse al lugar más inhóspito y solitario que pudiese encontrar.

Bueno, quizás tres actos, había visto a las guardias y escuchado sus voces llamarla hace un incalculable tiempo atrás, pero siguió corriendo como si su vida dependiera de ello.

Quizás así sea.

Aunque también podría ser que ese último acto no correspondiese a un vestigio de raciocinio o bondad, sino a miedo y culpabilidad... o a instinto animal. No lo sabía en realidad.

Lo último era lo más probable, eso es lo único que sentía ahora gobernar sus pensamientos.

Instinto

Corría por instinto.

Escapaba por instinto.

Sabía que todo estaba perdido.

Solo le quedaba escapar.

Llegó a la frontera de los bosques y sin pensarlo dos veces se internó sin mirar atrás.

Escapar, correr, huir para sobrevivir.

Aunque una parte de sí quería morir.

Su velocidad se vio mermada por los árboles tupidos que abarrotaban aquellos enigmáticos territorios, y eso la frustró, dando un gruñido de inconformidad.

Por lo menos con la velocidad sólo sentía un ápice del propio y metálico aroma, la adrenalina hacía que su mente se enfocara en el camino de la huida y su tacto consistía en el breve roce con el pasto cada vez que sus extremidades tomaban impulso para seguir en su desesperada misión.

Pero ahora que la carrera terminó, todo de golpe la abordó.

Actualmente sin ese factor que acapara sus sentidos, podía sentir la potencia del pestilente olor salpicado en sus prendas, manos y sobre todo en las garras... esas garras que en la Horda habían sido fuente de orgullo, las consideraba ahora malditas, un recordatorio perenne de lo dañina que podía ser con quien más quería.

El dolor de sus extremidades era otro factor que ahora notaba, palpitaban haciéndola más consciente de su desaventurada existencia; eso sumado al sudor, al agitado bombeo de su corazón y al calor que seguía bullendo dentro de sí, pareciendo lava que recorría sus venas e irradiaba su elevada temperatura a la piel enfocándose especialmente a su sexo.

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