El cuento jamás contado

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Las doce con nueve minutos

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Las doce con nueve minutos...
Y yo aún sigo despierta. No puedo dormir, no con esa idea rondando por mi cabeza. Ir al sótano ¿Por qué iría al sótano?

Tal vez solo quiero buscar lo que la curiosidad de Derek buscaba. Recuerdo que esa curiosidad lo hacía bajar al sótano a las tres de la madrugada solo para buscar aquello que jamás pudo encontrar.

Derek era demasiado curioso, era astuto, era como un pequeño zorro que podía escabullirse con la suficiente información como para hacer una tercera guerra mundial con ello. Era una pantera negra sigilosa. Era un maldito lobo al acecho de sus futuras presas.

Sin embargo, lo único que el quería era buscar aquello que tanto se ocultaba en esa pequeña caja de madera, bajo esa fuerte cerradura; y  era imposible abrirlo.

«Layla»

Me tape el rostro con la cobija..

«Bam»

Fruncí el ceño y me incorpore en mi cama, mientras miraba hacía mi puerta. De ahí fuera provenía el  fuerte ruido que se acaba de escuchar. Me levanté y caminé cautelosa hacía la puerta de madera negra. La abrí de poco en poco, pero la terminé abriendo por completo en cuanto visualice de quién se trataba.

Zack.

—¿Que rayos haces aquí? —pregunté en un susurró.

El se estaba poniendo unos tenis en el suelo, tenía un vaso de leche en una mano y lo estaba bebiendo. Me dió una mirada inocente.

—Oh Laily, la verdad es que se me ha antojado tomar algo de leche. Pero... Me he caído con mis agujetas —lo que el dijo me hizo reprocharle con la mirada.

Nunca cambia.

«BAM»

Ese golpe fue muy fuerte, me hizo saltar del susto así como hizo que Zack dejara de tomar su vaso de leche.

Ambos nos miramos con confusión. Yo decidí acercarme a las escaleras, supuse que todos estarían dormidos a esta hora, pues las pastillas que nos daban hacían un buen efecto.

—¡No se te ocurra acercarte Laily! —susurro el rubio con un toqué de advertencia.

—Solo es un ruido —respondí como si fuera poca cosa.

—¡Hello! ¡vivimos literalmente en un bosque ¿que te hace pensar que un maldito oso no puede estar aquí?! —
una voz chillona, esa era la voz del rubio cada que tenía miedo.

—No hay osos aquí —respondí.

—Pero otros animales si —debatió.

—Exacto, animales como tú.

El sólo me dió una mirada asesina e hizo un gesto de indignación. Se levantó conmigo y me sostuvo del hombro.

Caminamos de puntillas hasta las escaleras que llevaban al segundo piso. Nosotros estábamos en el tercer y último piso; pero obviamente éramos tan curiosos o estúpidos, como para querer bajar a ver qué carajos era.

Waisen © [Completa]✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora