Dieciocho

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18 | Lo poco que nos queda.

Esperó un buen rato, hasta que poco a poco los sollozos de Apple comenzaban a ser menos sonoros. Tenía la manga empapada con sus lágrimas, y probablemente también manchada de maquillaje como habitualmente pasaba cuando la princesa lloraba a su lado.

Darling pasó su mano libre por los rizos de la muchacha, acariciando su cabello suave, que se veía pálido en contraste con su mano. La rubia seguía aferrándose a su cuerpo, quizás porque sentía que en cualquier momento podría dejarla, o quizás porque aferrarse a algo era lo único que evitaba que se desmoronara por completo.

—Raven tenía razón, debí de haberla escuchado —admitió finalmente la muchacha, aún con la voz ronca por su pasado llanto—. Debí de preocuparme más por su madre, debí de haberla apoyado.

Tanto tiempo repitiendo el mismo discurso de su madre, «una buena gobernante debe de escuchar a sus súbditos» para que al final no aprendiera nada de sus propios errores, aunque tal vez la cosa era que no debía de escuchar a los demás como lo hace una reina, sino como lo hace una amiga.

La caballero se quedó observando, sin encontrar las palabras correctas para poder consolarla.

Su brazo derecho comenzaba a acalambrarse ante la presión que el cuerpo de Apple ejercía y cada tanto daba un vistazo para comprobar si la rubia seguía despierta, pues ninguna de las dos había podido conciliar el sueño desde hacía unas cuantas horas.

Todo apuntaba a que sería una de esas noches en vela a las que ya estaban tan acostumbradas, en algún punto tenían que quedarse dormidas.

—En serio quiero ayudar a Raven a encontrar a su madre —insistió la muchacha—. Tal vez mañana pueda seguir investigando por mi cuenta y...

De repente soltó un bostezo, señal de que el agotamiento finalmente estaba ganando.

—Mañana —repitió la más alta mientras acariciaba su mejilla—. Si no dormimos, no vamos a poder ayudar a Raven.

Darling se cuestionaba que tan buena idea era ir en contra de los deseos de Raven y seguir intentando ayudar

Hasta donde tenía entendido, la hija de la reina malvada no quería a Apple cerca, al menos no por un tiempo, insistir podría tan solo empeorar las cosas para la rubia. Eso no era lo único que la inquietaba respecto a la pelea de las chicas. La caballero estaba muy segura de que Apple estaba llevando las cosas al extremo culpando a su madre. Quería creerle a la princesa, claro que quería hacerlo, pero no podía sacarse de la cabeza la, aunque muy peculiar, amabilidad que Snow había estado expresando últimamente.

Al día siguiente, Charming podía jurar que su brazo se caería en cualquier momento, Apple no era demasiado pesada, pero de cualquier forma el peso la había dejado entumecida y un poco adolorida.

Justo como lo había hecho el día anterior, la princesa apareció en las gradas para observar a la chica en sus entrenamientos, esta vez llegando más temprano que antes.

Su clase terminó sin contratiempos, y sabiendo que su doncella estaba entre el público, intentó dar lo mejor de sí en cada una de sus actividades diarias, el esfuerzo extra valía la pena si podía impresionar a la dama. Ni bien le dieron la orden de ir a descansar, se acercó a las gradas para poder saludarla, pero fue rápidamente interceptada.

—Darling, necesitamos hablar contigo sobre algo —declaró su hermano, quien jugueteaba nervioso con el armazón de sus gafas—. Es sobre Apple.

La menor reaccionó rápidamente, miró de reojo a la nombrada y asintió, la situación ameritaba toda su atención.

I may not be a prince | DarppleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora