La muqui - Capítulo 3: Muchas amas

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Ya dice el refrán: "dime con quién andas y te diré quién eres". Demasiado pronto conocí a las amigas de mi Jefa.

Ella me avisó:

-Esta noche, vamos a hacer una reunión social. Quiero que estés lista.

No sabía por qué me lo estaba diciendo, ni tenía la más remota idea de qué es "una reunión social". Pero preguntando con paciencia, sacándole una palabra acá y otra allá, lo que la Señora quería era que me bañe y arregle. Y "la reunión social" era que iban a venir sus amigas a visitarla. ¡Esta gente de clase! ¿Por qué tienen que ponerle nombres tan pomposos a todo?

Me daban bastantes nervios, aunque por suerte no era una fiesta como creí al principio. Había hecho el ridículo frente a una mujer y me parecía incómodo, pero tener que exponerme adelante de varias personas vestido de esta forma... ¡Encima eran todas mujeres! No sabía si eso era mejor o peor... ¿Sería más fácil si fuese un grupo de hombres? Decidí que no: las mujeres tienen fama de ser más amables en estas cosas.

Salí de bañarme, con el uniforme impecable, cuando la Señora me empezó a dar indicaciones y me tuvo corriendo de un lado para otro, acomodando bandejas, fuentes, copas y cubiertos. Planeaba volverme loco. Tuve que colocar dos cuchillos, uno chico y uno grande, dos tenedores también, con la misma regla pero a la izquierda."El tenedor de mesa va al lado del plato", me informó. Quería decir el tenedor normal. "Acomodá bien el tenedor de entrada; no lo pongas así". Era el tenedor chiquito y lo que le molestaba es que no estaba milimétricamente recto, como a ella le gustaba. "Traé las cucharitas para postres... No, no. Ésas son cucharitas para té. Llevátelas". ¿Qué tanta diferencia hace una cucharita o la otra? ¿Tanto problema para sentarse a comer? Agotado, me quedé de pie en posición de reposo, porque no podía sentarme si la Señora no lo consentía, aunque hubiera terminado. "Todavía te faltan los cuchillos para manteca, van en el plato del pan... Este platito". ¿A quién se le ocurre ponerle manteca al pan en una cena? ¡Solamente a los ricos!

La cocinera había dejado la comida preparada pero, otra vez, desapareció antes de que pueda verla. Ahora mismo, es lo que menos me preocupaba. ¿Quiénes eran estas mujeres que iban a venir?

Dos de ellas llegaron casi al mismo tiempo. Una era rubia, de ojos verdes, increíblemente alta y muy flaca, de cuerpo lindo pero con poca carne, como esas modelos flacas y altas. Parecía una mujer fría, tan helada de carácter que la Señora resultaba dulce en comparación. Me hacía acordar a las malas de los cuentos infantiles.

-Ella es Claudia- la presentó.

La aludida ni se molestó en saludarme. Nada más me miró de arriba a abajo, de una forma que sentí que me veía como a un pedazo de mierda.

Unos pasos más atrás, había otra, vestida con ropa en tonos oscuros. Algo en su estilo me traía la idea de una aristócrata francesa, aunque nunca vi ninguna. El pelo lacio, negro azabache, estaba cortado a media melena y las puntas del pelo se acercaban a cada una de sus mejillas, enroscándose hacia arriba. El flequillo recto. Las sombras de los ojos y la pintura de labios eran abundantes y del mismo color: marrón oscuro, que parecía un poquito morado. Y tenía rouge. Bajo unas pestañas abundantes, largas y remarcadas, sus ojos marrones claros miraban juguetonamente todo lo que pasaba, mientras tenía una sonrisita de chica divertida, de persona sociable. No, no era un estilo de mujer francesa de clase alta. Ese corte de pelo, esa forma de pintarse... reconocí que los había visto en artistas de cabaret, por ejemplo, Liza Minelli tiene una estética parecida. Su personalidad encerraba algo oscuro y lo podía sentir, a pesar de ser tan magnética y seductora.

Un saludo cariñoso contrastó con la forma en que me trató la anterior:

-¡Hola, hermosa! ¿Cómo estás?

Mirá cómo te domino (antigua edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora