Veintidós de Octubre

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Natalia se abrazaba a sí misma mientras terminaba de fumar un cigarro parada en el porche de su casa. Hacía frío, el otoño había comenzado de manera repentina y violenta, y ella se aferraba a su chaleco tejido a mano que había terminado justo antes de las primeras bajadas de temperatura. 

Podía sentir el olor dulce de las galletas que Sabela, su prima, estaba horneando para recibir a sus visitas. Esa era la manera de la castaña de relajarse. Ella, por otro lado, había heredado la ansiedad nerviosa de su padre, y una hostilidad fingida para encubrir su desconfianza a las personas que se presentarían allí.

El frío en las montañas de Galicia era más intenso, y el viento silbó entre las ramas de los árboles que rodeaban la estancia cuyas densas copas comenzaban a desvestirse rápidamente, cubriendo el piso de una capa gruesa de hojas secas que crujían ante los pasos más ligeros.

Natalia exhaló el humo contemplando las luces de una furgoneta atravesando los negros troncos por el casi desolado camino a la vieja casona. Estacionaron en frente, y la pelinegra tiró la colilla del cigarro y se alisó la gruesa falda café, caminando hacia las escaleras del porche y acercándose al vehículo. Resopló una última vez, poniendo su mejor cara de pocos amigos, quedándose a unos pocos metros de la camioneta, y pudo ver a una rubia de larga cabellera y ojeras marcadas sentada al volante.

- Joder, qué gusto estirar las piernas –casi vociferó la primera chica que salió de la camioneta. Era una morena de nariz respingada y cejas prominentes, con rasgos bien definidos, pero notablemente joven y algo más baja que Natalia.

Natalia casi asomó a sonreír, pero no era momento, no. Se acercó hasta la chica, que rápidamente sacó su mano del bolsillo de su chaqueta de pana y se la extendió.

- Hola, un gusto, mi nombre es Marta –saludó con más ímpetu del que Natalia se hubiese esperado.

- Bienvenida, Marta, mi nombre es Natalia –la saludó la más alta, estrechando su mano. Se oyó un portazo y la rubia conductora apareció para pararse junto a Marta. Era delgada, con expresión cansada y llevaba hecha una coleta modesta y un jersey negro.

- Hola, yo soy María –dijo, lanzándose a directamente a darle dos besos en la mejilla a Natalia, la cual se sintió algo incómoda ante el gesto-. Pero puedes decirme Mari.

- Un gusto, María –le dedicó una sonrisa escueta, haciéndose un paso para atrás.

Un sonido de arrastre dentro de la camioneta y un golpe seco llamaron la atención de las tres chicas fuera de ella. La puerta lateral de esta se abrió, y una pequeña rubia con el cabello perfectamente bien peinado y un flequillo inmaculado asomó la cabeza.

- ¿Podéis mover el culo y venir a ayudarme con las cosas, no? –pidió, notablemente cabreada, pero su expresión cambió instantáneamente al notar la presencia de Natalia.

Las mejillas rápidamente se le tiñeron de rojo y dio un saltito para bajarse de la camioneta. Se desempolvó rápido el pantalón de lanilla color granate que llevaba puesto y se acercó a la pelinegra. Natalia tuvo que agachar la cabeza, pues le sacaba al menos unos veinte centímetros de alto.

- Lo siento por la brusquedad, es que el equipamiento es pesado –se excusó, y Natalia negó con la cabeza con una leve sonrisa asomando en sus labios-. Mi nombre es Alba, Alba...

- Reche, ¿verdad? Así que tú eres la famosa médium –dijo con sorna-. Yo soy Natalia Lacunza, prima de Sabela, la chica que se contactó contigo.

- Ay, sí, imaginé que no eras tú por tu acento –respondió con una enorme sonrisa. La pelinegra entrecerró levemente los ojos y Alba le tendió la mano para estrechársela. Sin embargo, en el momento en que estas se tocaron, la rubia retiró rápidamente el brazo y se hizo hacia atrás.

Expediente Reche || ALBALIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora