Quédate a dormir

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Cuando cruzó la puerta de aquella habitación, Natalia tenía todos los músculos del rostro contraídos formando una mueca de la más pura seriedad. El olor a medicamentos y desinfectante, mezclado con el de mantas muy viejas y la humedad de las paredes le invadieron el olfato. Apretó la mandíbula en cuanto percibió aquella figura postrada en la cama, pues no le veía hacía ya casi cinco años, y el resentimiento aún le pesaba en el pecho. No por ella, no. Pero sí por su familia. 

Marilia se había mantenido caminando unos pasos por detrás de ella hasta el momento, pero la falta de movimiento de Natalia tras ingresar al cuarto le dio el pie a la castaña para poder adelantarla, cabizbaja y con paso apresurado. Natalia le dirigió una mirada de enojo sin que lo percibiera. Ella no quería estar allí, si es que no debería haberse dejado convencer. Pero no pudo evitarlo, no tras la petición de Alba. 

Aunque debía de reconocer que la noticia le había revuelto algo en el pecho que ella creía muerto. Esos recuerdos de su niñez que aún se aferraban a su corazón, raspando las paredes de lo que quedaba del amor en ella.

Marilia se sentó en una silla plástica junto a la cama, pero Natalia no se atrevió a moverse del lugar. La imagen de aquella chica con ese hombre le quemaba el corazón, había sido un destrozo completo para su familia, para su madre y sus hermanos que aún eran unos niños cuando todo había sucedido. 

- Hola, he vuelto -anunció Marilia con su dulzura característica, mientras arropaba a aquella figura que parecía querer comenzar a hablar-. No, no, no -lo detuvo la castaña-. No hagas esfuerzos conmigo, ya me has dicho lo que necesitabas. Necesito que guardes fuerza porque ha venido alguien con quien vas a querer hablar, ¿vale? -le apartó con delicadeza algunos cabellos del rostro, regalándole una pequeña sonrisa resignada. 

Natalia se quedó estática al darse cuenta de que hablaba de ella. Había aceptado ir allí, en parte porque Alba se lo había pedido y no se vio en capacidad de negárselo, algo en la mirada de aquella rubia le era tan intenso que le doblegaba la necedad. Pero también había aceptado por ella misma, porque dentro suyo necesitaba estar en paz con aquel asunto, acabar de cerrar una herida que no merecía la pena tener, poder abrazar a la Natalia de 18 años que se tragó noches de llanto con tal de ser el pilar de su madre, quien acababa de dar a luz a Elena y, de manera repentina e inesperada, ya no tenía en quién apoyarse. 

Pero la bilis se le arrejuntaba en la garganta cuando pensaba en aquella imagen, en la primera vez que Marilia se presentó en su puerta, con la misma cara de inocencia, casi de susto, y le dijo quién era. Aquella confesión que abrió una grieta irreparable en su vida y que generó un resentimiento incontenible en contra de aquella chica. Natalia sabía que, de todos, ella era, junto con sus otros hermanos, la menos culpable. Pero era verla y recordar los ojos rotos de María, verla y quemarse. 

- ¿Natalia? -la llamó Marilia en un tono tan bajo que casi sonó como un susurro. Era como si temiese que la navarra saliera corriendo en cualquier momento de la habitación. Lo suyo ya le había costado a la castaña que no se retractara en el camino- Os voy a dejar solos, prepararé algo de té mientras. ¿Tú quieres? -no quería, pero asintió con la cabeza, pues por dentro también se odiaba por odiar tanto a aquella chiquilla. 

Le dedicó una sonrisa tímida, recta, de esas que se dan con los labios apretados para no mirar a la otra persona con total seriedad, y se marchó de la habitación cabizbaja.

Fue cerrarse la puerta y sentir que la rabia se le amontonaba en el pecho y le subía hasta la garganta, haciéndose un nudo. Se planteó seriamente marcharse sin más, sin explicar ni decir nada, pero también quiso serenarse. Llevaba casi seis años de su vida resentida con aquel hombre, y podía sentir un desprecio incalculable hacia él. Pero ello no quitaba que fuese su padre, por mucho que le pesase. 

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⏰ Última actualización: Aug 24 ⏰

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