Todo lo que pudo sentir María fue su cuerpo siendo obligado a correr debido a la mano de Marta tirando de su jersey. No daba crédito a lo que acababa de ver, aun cuando llegaron a la casa y observaron por la ventana solo para encontrarse con el muelle completamente vacío, repasaba la escena en su mente y no lo podía creer.
Una cosa era haber visto a aquella niña de lejos, cubierta por el blanco velo de la niebla de la mañana. Todavía de recordarlo se le erizaban los vellos del cuello y los brazos. Sin embargo, aquello había sido distinto, lo habían tenido a un palmo de distancia, lo vieron moverse y podría jurar que, de no haber sido porque Marta fue capaz de reaccionar, aquello se les hubiese acercado.
Se frotó los brazos cuando el miedo volvió a invadirla tras el recuerdo de aquella piel pálida y sucia. Era demasiado para asimilar, nunca habían estado en un lugar que tuviese tanto albergado dentro, y por lo poco que Alba le había comentado sobre los papeles que había leído sobre el área, aun tenían mucho que investigar. Lo único que María esperaba era que nadie tuviese que sufrir ya más.
- Ya está, Mari -oyó la voz de Marta a sus espaldas y las manos de esta acomodándose en sus hombros en un gesto reconfortante-. Ya estamos a salvo, pero en cuanto Alba y Natalia regresen tendremos que decírselos.
- Lo sé -asintió la rubia, sintiendo un peso en el pecho del que quería deshacerse a toda costa.
Dudó unos segundos antes de voltearse y mirar a los ojos de Marta. Le dolía recordar todo lo que había pasado con ella, la manera en la que pudo ver el dolor en su rostro mientras la morena relataba lo que había visto, lo que había sucedido en la habitación. Sentía que la había traicionado de alguna manera al sentir cosas por ella, y quería pedirle perdón pero no sabía cómo, no sabía por qué. No quería admitir una verdad que de ser dicha en voz alta no haría más que arruinar un poco más su relación con su amor.
- ¿Estás bien, Mari? -en lo ojos de Marta se adivinaba la preocupación, una genuina. María se obligó a sonreír, no quería ya contrariar más a aquel ser de luz.
- Sí -asintió-, estaba pensando que sería buena idea ir a tomar fotos de la habitación de Sabela para ponerlas en el registro del caso, y también ver si encontramos algo que se nos haya pasado antes -frunció los labios al acabar de hablar.
- Vale, sí, me parece una buena idea -aceptó Marta con una pequeña sonrisa.
María sabía que no se había tragado el cuento, la pequeña siempre había sido mucho más intuitiva que ella. Pero también sabía que esa intuición le permitía saber cuándo era buen momento de hablar y cuándo no, por lo que agradeció que hubiese seguido su pequeña mentira. Las mentirillas piadosas no hacen mal a nadie.
- ¡Hala, Natalia! Qué guapo te queda así el pelo -la chica rubia detrás del mostrador sonrió ampliamente mientras mecía un pequeño bebé dormido en sus brazos.
Natalia agachó la cabeza y sonrió algo ruborizada, dándole las gracias por lo bajo. Alba, que estaba unos pasos más por detrás, no pudo creer cómo de pequeña se había puesto con un simple comentario, y comenzaba a comprender que lograr aquello era mucho más fácil de lo que creía. Claro, si con su propio don lo había supuesto, pero Natalia había resultado una muy buena actriz.
- ¿Qué te trae por aquí? Ya me tenías abandonada -oyó que la rubia le en el mostrador preguntaba a Natalia.
Ella, por su parte, había comenzado a observar todo a su alrededor. Los artículos en aquella mercería eran más que llamativos, y Alba estaba segura de que a su madre, bordadora compulsiva y amante acérrima de las telenovelas, le encantaría cualquier tontería que pudiese llevarle de allí. ¿Hilos nuevos? De eso siempre tenía, pero de igual manera cogió dos o tres colores brillantes. ¿Agujas? No tenía idea pero había muchos tamaños, así que también eligió algunas al azar. Cuando se estaba acercando a la parte de los bastidores, nuevamente su oído captó algo que la hizo desviar su atención hacia Natalia.
ESTÁS LEYENDO
Expediente Reche || ALBALIA
Hayran KurguCuando Alba Reche, una médium que comenzaba a ganar renombre dentro y fuera de Madrid, entró por primera vez a aquella casa en las montañas de Galicia, no le quedaron dudas; se quedaría a ayudar.