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Se cubrió la boca con las manos cuando las vio, intentando contener un suspiro sorprendido. Quiso alejarse, dejar de ver, de invadir, pero tenía miedo de hacer ruido y que notaran su presencia. Podría habérselo imaginado, pero aun así le resultaba inesperado. Sobre todo porque aquello no era algo que se viera todos los días. 

Se le tiñó la cara de rojo cuando oyó un gemido ahogado y vio como las manos de Julia se enterraban en la cabellera de Sabela, profundizando un beso que, al principio, no había sido más que un inocente roce de labios. Podía vislumbrar, inclusive a los varios metros de distancia en los que se encontraba parada, cómo las lenguas de las dos castañas se encontraban entre ellas. Aunque se dejaban ver poco, pues las mujeres parecían no querer separarse. 

E inevitablemente e imaginó cómo se sentiría ella en su lugar, viviendo aquello. ¿Qué se sentiría ser besada por su rubia? ¿Cómo se sentirían las manos de su amor enredándose en la negrura de sus cabellos? ¿Cuál sería el sabor de la boca que tanto deseaba probar? ¿Sería cálido y suave, o más brusco y dominante? Le temblaron las manos al verse asaltada por las imágenes mentales de aquella de cabellera dorada invadiendo su boca. Era demasiado, hasta se le había olvidado respirar. 

La pareja frente a ella se había acercado, no habían parado aquel fogoso encuentro en ningún momento. Marta había comenzado a preguntarse cómo es que no se quedaban sin aire. O cómo era posible que ella no pudiese parar de mirar.

- Marta, ¿has encontrado ya el...? -la voz de María se vio amortiguada rápidamente por la mano de la pelinegra acaparando su boca. 

Marta, ante el pánico que le provocó la idea de verse descubierta espiando semejante escena, acorraló el cuerpo de María con el suyo propio en contra de una de las paredes del pasillo mientras mantenía su mano cubriendo los labios de la rubia para evitar que esta hablara. Ni siquiera se dio cuenta de lo cerca que habían quedado hasta que sus ojos se encontraron con los de María, que la miraban confusos. 

Marta retiró la mano lentamente y se llevó el índice a los labios para indicar a la mayor que debía de guardar silencio. Le fue inevitable cerrar los ojos fuertemente cuando oyó otro gemido proviniendo de la puerta trasera. Le daba demasiada vergüenza tener a María tan cerca mientras aquello estaba ocurriendo a pocos metros de distancia. 

Los ojos de la rubia se abrieron como platos al percibir el sonido, y estiró el cuello en dirección al final de pasillo, vislumbrando a penas unos ínfimos detalles de lo que estaba sucediendo. Se le cayó la mandíbula al suelo ante la figura de la gallega sentada a horcajadas sobre las piernas de Julia mientras compartían un apasionado y poco discreto beso. Claro, ahora comprendía la reacción de Marta. 

- ¡Se están liando! -susurró una vez que la pelinegra abrió los ojos de nuevo. María echó la cabeza instintivamente hacia atrás, chocando contra la pared. No se había percatado ella tampoco de la cercanía de su amiga.

- Cállate, Mari, que si saben que las vi me muero de la vergüenza -se quejó Marta en un murmullo. María rodó los ojos.

- Pues haber sido más cuidadosas, que están a punto de follarse en el primer escalón del patio trasero -sentenció la mayor, llevándose por respuesta un gesto de confusión de la pelinegra, la cual rotó la cabeza para comprobar que las castañas habían cambiado de posición desde la última vez que las había visto, hace no más de tres minutos. 

- No me lo puedo creer, qué fuerte -murmuró la malagueña, dirigiendo sus ojos directamente al techo. 

María tuvo que morderse el labio para no decir nada, pues la imagen de Marta sonrojada y completamente avergonzada por la situación la llenaba de ternura. Si es que para sus veintiún años, aún parecía una niña para algunas cosas. 

Expediente Reche || ALBALIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora