A pecho abierto

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Marta observaba con un asco contenido aquel rejunte de nudos de lana rosa que comenzaban a conformar un suéter. Recordaba una y otra vez el momento en el que Natalia, sin ningún tipo de pudor, le había pedido tomarle las medidas alegando que eran similares a las de Alba, y que esperaba que le guardase el secreto de que le tejería algo en agradecimiento por su constante ayuda. 

Mientras el café caliente bajaba por su garganta, las imágenes del brillo ilusionado en los ojos de aquella alta morena mientras hablaba de Alba, de su Alba, revisitaban una y otra vez su memoria. Y ni siquiera ella lograba comprender toda esa rabia oscura que se le arrejuntaba en el estómago mientras pensaba en la manera en la que Natalia sonreía como una tonta mientras le comentaba cómo había pasado la tarde hablando con la rubia y lo increíblemente interesante que era. Claro que Marta sabía lo interesante que era Alba y lo satisfactorias que podían resultar las conversaciones con ella, la conocía hasta el último detalle. 

Además de aquello, la sola idea de que ella tuvo que pasarse la tarde y parte de la noche revisando cintas que estaban más vacías que su billetera a fin de mes, mientras que aquellas dos compartían tiempo juntas, que parecían imantadas desde el segundo día en la casa, le hacía burbujear en el estómago una sensación asquerosa que no llegaba a entender, pero que le provocaba apretar los dientes para no gritar de la impotencia. Le daban escalofríos de reconocer dichos sentimientos aunque fuera únicamente para sí misma. Y es que ella nunca había sentido tanto enojo en contra de alguien que se mostrase interés por la médium, que tenía un encanto natural y más de una morena se había llevado a la cama en el tiempo que Marta y ella llevaban conociéndose. 

Había aguantado de manera estoica en numerosas madrugadas los gemidos aterciopelados de placer que se le escapaban a la rubia y se colaban por la puerta de Marta, clavándose en su corazón como puñales incandescentes. Pero siempre sabía poner su mejor sonrisa al otro día y enfrentar al su amor con el más amable de los tratos, resguardando sus sentimientos tras una pantalla de la más pura inocencia para no salir más herida de lo necesario. Porque la malagueña deseaba a Alba con todas sus fuerzas, pero antes que eso, estaba convencida de que sería feliz amándola en cualquier formato en que esta se lo permitiera. 

Creía que con Natalia pasaría lo mismo, había notado la conexión incluso en los momentos en los que la altísima e imponente dueña de aquella casa había sacado su carácter más borde. Supuso que, a lo mejor, lo físico e inevitable acabaría por pasar y entonces ella tendría otra mujer en su contador imaginario a la que querría borrarle la cara para que no le afectara emocionalmente. Pero quizás se había vuelto todo menos llevadero en el momento en que la propia Marta se descubrió simpatizando con la morena, que una vez que se había quitado la máscara de imponente que llevaba puesta, había resultado ser otro rayo de sol. A lo mejor era eso lo que le provocaba tanta rabia cuando pensaba en ellas dos juntas. 

Respiró hondo mientras escuchaba la estática de la radio invadir aquella cocina vacía. Estaban todas ya acostadas, después del descanso que finalmente se había extendido a dos días de pura tranquilidad en todo el sentido de la palabra, pues la casa y los sucesos se habían aplacado casi por completo, tomaron la decisión conjunta de que volverían a dormir en las habitaciones, a excepción de la de Sabela, a la cual la gallega, con un tic nervioso incontrolable en la mano, se había negado a regresar, alegando que con Julia se sentiría más segura. 

Vaya que se sienten seguras juntas. Marta y María se habían mordido el interior de las mejillas para no comentar nada en aquel momento, mientras la mirada suspicaz de la pamplonica se posaba sobre el par de castañas. 

Con gesto dubitativo, la malagueña dejó la taza con los restos de café en el fregadero, observando que Julia, quien era su compañera de guardia aquella noche, no entrase por la puerta de la cocina. Se mordió el labio mientras que dentro suyo se libraba una lucha eterna, hasta que finalmente siguió el impulso, acercándose al tejido y comenzando a deshacerlo poco a poco sin llegar a hacerlo por completo. Sintió que su pecho se llenaba de una culpa pesada entremezclada con un alivio inmenso que no quería reconocer. Sentía que, cuanto más tardara Natalia en entregar aquel regalo, más tiempo tendría ella para comprobar que su corazón no saldría más pisoteado que nunca. 





Expediente Reche || ALBALIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora